La salida de Hoyos de Talleres debe entenderse también como resultado de lo deportivo también. Es cierto que no armó el plantel (quizás el de menor jerarquía desde que el Albiazul deambula sin suerte en el Federal A, y que contó con numerosas lesiones que le fueron diezmando las piezas, no obstante, dio la sensación de que nunca comprendió el contexto del campeonato.

No contaba con intérpretes para poder plasmar esas ideas europeas e innovadoras, como que supeditó superpuso la táctica y esquema por encima de los hombres. Sus videos y power points motivadores cayeron bien en el seno del grupo, con recuperación mediante camas hiperbárica, vitaminas y sesiones eternas de videos, sin embargo, dio la sensación que nunca se adaptó a un campeonato tan impredecible como sinuoso.

Su llegada se justifica más para iniciar un proceso que agarrar uno ya empezado, y se notó. Cayó dos finales: con Unión de Mar del Plata, el Joel Amoroso lo volvió a amargar cuando era el hombre apuntado a custodiar; y en la primera final en Mendoza, cambió a varios jugadores de perfil (caso emblemático el de Rodrigo Cháves por izquierda) y le costó entender que Ivo Chaves no rinde en plenitud de carrilero. Fue un caballero para declarar, nunca se escondió y respondió siempre todo tipo de inquisitoria de la prensa, con un respeto y trato no habitual por estas latitudes. Y es cierto que quizás la suerte cambiaba si Mozzo o Martínez metían al menos uno de los dos penales otorgados, no obstante, haber ganado un solo juego de los últimos siete, en un club con aspiraciones de ascenso y de ínfimo margen de tolerancia, lo terminaron de sepultar.

Cinco partidos sin festejos lo condenan, en un generoso torneo con siete ascensos y donde los que lograron el objetivo están lejos de ser potencias. Hoyos pareció no tomar conciencia de dónde estaba jugando, pero en su defensa, estuvo menos de 50 días. A los dirigentes de Talleres les pasaron ya cinco años en el Argentino A y tampoco parecen comprender dónde están parados a la hora de tomar decisiones.