Podrá decirse que el fútbol es el deporte del pueblo y, como tal, cualquier medida que restrinja la posibilidad de acceder a un recinto donde se juegue un partido es discriminatoria. Pero, en un sentido de estricta justicia, a Talleres lo asiste el derecho de jugar el clásico frente a Belgrano en su casa, si es que así lo pretenden los gerenciadores, tal como lo hizo Instituto cuando le tocó recibir a los albiazules.

Por empezar, a la “T”, que se juega cosas tan importantes como mantener la categoría y, al mismo tiempo, buscar el zarpazo por un ascenso, no se le puede negar la ventaja deportiva que supone ejercer la localía en su reducto; ventaja que, a la luz de los últimos resultados del equipo jugando en la Boutique, no se puede relativizar.

Pero, además, el argumento de que el Chateau es “más seguro” hace rato que sucumbió ante la verdad de los hechos (fue escenario de un enorme porcentaje de los episodios más violentos del fútbol cordobés). Jugar sólo con socios en un recinto más “controlable” es una idea que, aunque impopular, puede ayudar a la identificación de cada espectador, de modo tal que el anonimato deje de ser el mejor escondite de los violentos.