Más que una defección táctica, lo que le pasó a Talleres explica de una manera más general por qué es el equipo más goleado del campeonato: no habrá ningún mandato de ningún entrenador que pueda sellar un esquema de juego exitoso cuando sus dirigidos desconocen sugerencias tan elementales como fundamentales para defender un resultado. O sea, Rubén Insua podría poner tres o cuatro defensores, o uno, dos o tres delanteros, o recurrir a la alquimia más audaz o a la más conservadora, o hacer lo que quiera con Talleres, y todo fracasaría si en un tiro libre, ya en tiempo de descuento, con el marcador empatado en un reducto difícil, hostil, y teniendo en cuenta la necesidad de sumar puntos, ve como sus jugadores dejan sin marca a ¡tres! futbolistas de Instituto y lo inmolan a Silva.

Otra vez y van... Insua ubicó a tres defensores (Álvarez, Oyola y Lussenhoff) que no tuvieron problemas en controlar a Romero, pero sí para detener a Morales Neumann. La movilidad del ex San Lorenzo generó complicaciones para una defensa con oficio y experiencia pero bastante lenta. Ubicó a Buffarini flotando en el banda derecha y a Rimoldi, Cabrera y Rosales para generar juego. En la izquierda, se movía Quiroga.

Talleres tuvo un lapso en el primer tiempo en el que su juego fue dinámico, vivo, muy redituable en contragolpe, al punto de acceder a su conquista con un remate de Rosales desde media distancia. Instituto, paralelamente lucía desorientado, sin un líder, aunque la voz de Nieva se hiciera oír en el silencio del estadio. Pero faltó a la cita Cuevas, como para reforzar el esfuerzo y el tesón de Borghello, el único que produjo temor en Carranza.

Pero así como Talleres tuvo su momento de creatividad y festejo, también lo tuvo Instituto. Fue cuando Faurlin impuso su toque inteligente y Bogado se afianzó por la derecha después de un primer tiempo opaco. La Gloria tardó un poco en asimilar el gol de Rosales y facturó en tiempo límite con el tanto ”psicológico” de Morales Neumann. Ese vaivén en las historias rosas de cada equipo dejó como saldo una paridad que se fue acumulando en las manos ahuecadas de cada técnico, que seguramente no iban a perder la intranquilidad si el juego terminaba empatado. Se alternaron en el control del juego y en la generación de jugadas de peligro. Sus dos arqueros la pasaron mal y como equipos lucieron a veces seguros, y a veces confundidos.

Pero Talleres es un ciclotímico colectivo que así como enmudeció a Alta Córdoba con el golazo de Rosales y un poco de buen juego, se dejó caer en sus obligaciones de marca cuando el encuentro, y más en un clásico, entra en el tembladeral de las definiciones.

¡Qué decirles a los jugadores que miran como la pelota casi es tocada al arco primero por uno, después por un segundo, y después por un pelado que había entrado siete minutos antes para energizar un equipo que no debía pasar por el mismo tormento de siete días atrás cuando Belgrano le sacó el helado de la boca. Furios desató la euforia y alimentó su idilio con su hinchada tras breve ausencia; Ghiso se fue emocionado y aplaudido por la platea, la misma que le hubiera cuestionado un par de cositas si el equipo, por lo menos, dejaba un par de puntos en el camino.

Pero el fútbol, en su entramado cada vez más pensado y elaborado, y que deja menos margen para la magia, tiene esos resquicios que son las jugadas con pelota parada para castigar a los dormidos o a los que sencillamente se olvidan de lo que se recalca en una charla técnica.