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Capitano abandonó el barco antes de que llegue a puerto. En el entretiempo dejó el equipo en manos de sus ayudantes.
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La humillante caída se refleja en el gesto de Maidana. Foto: Télam.

Hugo García /
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Talleres perdió 0-4 con Brown y Capitano presentó su renuncia.

Un auto alemán, de esos lujosos, esperaba en el descampado que tiene como playón la cancha de Sportivo Italiano. En ese remoto escenario porteño, en el que Almirante Brown hizo de local y acababa de golear a Talleres, se estaba desarrollando el último capítulo de la era Salvador Capitano en Talleres. “Hablamos después”, dijo el DT, al paso y acompañado por Antonio Fauro, el gerente deportivo del club albiazul. Ellos fueron los primeros en subirse al vehículo.

“No tomo decisiones en caliente. Tomaremos un café y conversaremos. Nada más”, dijo el gerenciador Carlos Granero, quien venía del mismo campo, el lugar donde pasó los minutos posteriores al final del juego hablando y haciendo catarsis a través de su teléfono celular.

El presidente de Ateliers SA se puso al volante del auto y de la situación. El manager Humberto Grondona completó el cuarteto y el auto arrancó con rumbo desconocido. El 4 a 0, la condición del rival (arrancó el torneo con un descuento de 18 puntos y lucha por no descender), la poca reacción del equipo, la pelea entre dos jugadores (ver Fuera de juego) y las pocas palabras pronunciadas por los protagonistas, daban por sentado que no habría retorno posible para Capitano. Es más: ahí nomás comenzaron a conocerse algunos datos sobre la ida del hasta ayer entrenador de la “T”.

Una renuncia anunciada. Al término del partido, tres jugadores confirmaron que Capitano deslizó su renuncia en el entretiempo mismo del partido, cuando Talleres perdía 3-0. En un primer momento trascendió que el DT habría condicionado su permanencia a la reacción del equipo. Pero el cambio que esperaba el entrenador no llegó. Quizá por eso, no dio indicaciones en los últimos 45 minutos, mientras en el palco el gerenciador Granero se tomaba la cabeza en un gesto de impotencia.

Sólo los ayudantes de campo, Juan Rossi y Roberto Oste hablaron con los jugadores. No fue casualidad: “En el entretiempo, el técnico nos dijo que quedábamos en manos de Oste y Rossi”, reveló un integrante del plantel.

Tras el partido ante San Martín de Tucumán, tres semanas atrás, el propio Capitano, sin preguntas inducidas, dijo: “Si me tengo que ir porque el equipo no tiene el movimiento de balón necesario para jugar como quiero, me iré. No hay más tiempo: el equipo tiene que aparecer”. Aquellas palabras fueron interpretadas como un mensaje directo al corazón del vestuario. Era un secreto a voces que varios referentes del plantel, en el mejor de los casos, no se identificaban con la prédica del rosarino.

Pasaron tres partidos y el equipo levantó su moral con el 1-1 con Ferro y el 2-0 a Defensa y Justicia, aunque se vio poco del fútbol que esperaba el DT. Para colmo, ayer el equipo volvió a sufrir el mal de los primeros minutos: cuando el rival ya hizo lo justo y necesario para ponerse en ventaja, la “T” recién se despereza.

Al final de la tarde, el auto lujoso detuvo su marcha en la tercera cuadra de la calle Chile, en el barrio de San Telmo. En “Moliére”, un coqueto restaurante que es propiedad de Granero, quedó sellado el adiós de Capitano.