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Quiroga y Borghello (2) derrochan alegría. Fueron los autores de los goles que le dieron la victoria a Talleres.

Eduardo Eschoyez /
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Talleres hizo valer su capacidad de gol para abrir y ganar el juego.

Tres goles no los hace cualquiera. La gente terminó destilando entusiasmo por los chispazos del segundo tiempo que dejaron asomarse al Talleres entero, con firmeza, con juego, con imaginación, con la sapiencia de hacer todo fácil. Y con gol, claro.

Hoy, o tal vez mañana, el hincha que no se reduce a ver el fútbol a partir del resultado, tal vez repare en que no le fue fácil la historia a la “T”. Y que la vida le sonrió recién cuando Iván Borghello puso el 2-0. Antes, fue un equipo desenfocado, entre la prioridad de jugar hacia adelante y la realidad de sus vacíos y la consecuencia de sus imprecisiones.

De todas maneras, si aquello de que la última imagen es lo que cuenta, y se toma esa lectura como algo definitivo, las heridas de años de frustración sólo se curan con satisfacciones. Y haber ganado, y llegado a la punta, se parece bastante a eso.

Una idea. Con muy poco, Ben Hur generó una mayor y mejor sensación de control, en el primer tiempo. Es que a Talleres le costó mucho acomodarse en un piso rápido, que le transformó la pelota en algo ingobernable. El retroceso de los santafesinos fue un problema insoluble: por más que quiso armarse por abajo, la “T” quedó muy lejos de armonizar sus movimientos. Entonces cayó en el pelotazo fácil y la gambeta recurrente, que sólo lo condujeron a chocar. Había fracasado en el traslado, en la circulación corta y también en el uno a uno.

Curioso: cuando peor estaba parado y la paciencia ya se había agotado, Talleres se puso 1-0, con un toque de zurda de Quiroga. Ese gol abrió el partido hacia otra dimensión, porque la ventaja coronó el acierto en una jugada, tal vez la única que plasmó en todo el primer tiempo. Sin haber jugado bien ni cosa parecida, estaba 1-0. ¿Hacía falta más estímulo?

Pausa y juego. La confianza, la autoestima y la solidez del segundo tiempo fueron argumentos de sobra para escribir el capítulo decisivo del partido. Con Rimoldi en la cancha, Talleres consiguió ese tercer toque que tanto le había costado antes, manejó mejor los ritmos en el armado y Ben Hur se derrumbó, más allá del gol de descuento sobre el final.

Entre el 2-0 con algo de fortuna (un remate de Basualdo le quedó a Cuevas y su definición fue corregida a la red por Borghello) y la fantasía del 3-0 (centro-pase quirúrgico de Quiroga y definición exquisita de Borghello), Talleres se permitió el lujo de disfrutar del partido. Abrió la cancha, tuvo pausa y hasta la chance de un cuarto gol.

¿Hace falta decir que esa postal es la que se llevó la gente?