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Los jugadores albiazules le devolvieron el afecto de su gente.

Como local de Instituto, el albiazul lleva 5 partidos sin caer (2 victorias y 3 empates) y en esa condición hace 11 años no pierde con la “Gloria”.

Jorge Nahúm /
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Ante una multitud, los albiazules se adjudicaron el clásico en forma incuestionable, frente a un Instituto timorato y sin reacción. Borghello anotó los dos goles y fue una de las muchas figuras en el equipo de Capitano.

El estadio, las tribunas, el campo, el dominio del terreno, las figuras, los goles, la fiesta... Todo fue de Talleres. Un indiscutido ganador del clásico por lo que hizo bien, que fue mucho, y por lo poco, poquísimo, que opuso Instituto.

Los albiazules eran muy locales porque están habituados al Estadio Córdoba, porque repletaron las tribunas, porque salieron decididos a atropellar a Instituto y porque jugadores como Miralles, Buffarini y Borghello rápidamente (y es el mejor adjetivo que más les cabe), demostraron que iban a ser desequilibrantes en el partido. A tal punto que ya, en la primera etapa, Talleres justificó ampliamente la victoria.

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Iván “el terrible” fue artífice del triunfo. Dos goles y una constante sensación de peligro, para que Borghello se llevara la ovación de la tarde.

El primer sacudón de la tarde se dio con un disparo de Buffarini desde la medialuna del área, que despintó el poste del lado de afuera y más allá de la estirada de Pozo, que no llegaba. En los 15 minutos iniciales Instituto no cruzó la mitad de la cancha, aislados sus delanteros, desbordado su mediocampo y sin confianza su última línea, tan cuestionada por la derrota en el clásico anterior.

Por eso, ante el dominio albiazul y la liviandad del equipo de Rivoira, la apertura del marcador no tardó en darse. Un gol que nació de una exacta habilitación de Miralles, verdadero estiletazo, para un Borghello que creía estar fuera de juego, y no obstante, lo mismo terminó la jugada ante el estatismo de la defensa y de Pozo.

En ventaja, Talleres siguió siendo más. Ganó la mayoría de las pelotas divididas, casi todos los mano a mano y también cada vez que sus jugadores se lanzaron en velocidad. La rapidez física resultó tan ostensible que llamó la atención por semejante diferencia en un partido, que como todo clásico, se presumía disputado, cerrado, sin tantos espacios.

Instituto fue la contracara. La zaga central evidenció grietas que de nuevo pusieron al equipo al borde del derrumbe, Griva no pudo contener la marea albiazul (condicionado muy pronto por una amonestación), Echague no logró manejar ni los tiempos ni la pelota, más allá de su intención, y tanto Sánchez como Saad quedaron maniatados por una defensa albiazul mucho más sólida que en las fechas anteriores. Por eso la «Gloria» sólo inquietó con un desborde de Sánchez que, tras un rebote en el área, derivó en un remate de Riggio por sobre el travesaño; y en otro disparo, esta vez de Sánchez, que contuvo sin dificultad Brasca. En el nacimiento de la jugada, los albirrojos reclamaron penal por mano de Torsiglieri, pero el árbitro, de deficitaria labor, estaba muy lejos como para convalidarlo.

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Todo de Talleres. Los albiazules dominaron el clásico y le ganaron 2 a 0 a Instituto ante unas 30 mil personas en el Chateau.

Rápido y furioso. Talleres era más, y en cada ataque se insinuaba el segundo gol. Borghello encaraba y superaba con facilidad a sus marcadores, Buffarini era dueño de la franja contra un Buján que anduvo mucho por el piso (también en su nivel), Cuevas salía y pivoteaba, Miralles tenía la manija, Dolci se animaba...

Demasiado para tan poco Instituto. Como cuando Nieva se equivocó cuando intentó salir jugando, Miralles llegó al fondo y su centro al corazón del área pudo ser interceptado por Pozo, cuando Borghello preparaba el pie y la garganta.

En el complemento, todo se volvió más cuesta arriba para la «Gloria» por la expulsión de un Riggio que no había gravitado.

Sin embargo, Talleres no hizo pesar de inmediato la superioridad numérica, bajó la intensidad de su juego y el partido se tornó más parejo.

En ese momento, hubiera sido propicio el ingreso de «Miliki», a quien Rivoira dejó en cancha todo el clásico con Belgrano y ayer no le dio ni un minuto. Y los albirrojos evidenciaron una alarmante falta de profundidad.

En cambio, Talleres sí hizo gala de la verticalidad de sus delanteros y, de no ser por el exceso de individualismo de Miralles (a quien Pozo le tapó con los pies una de sus llegadas más claras), habría liquidado antes la cuestión.

Hasta que en una réplica perfecta, fulminante, Cuevas picó solo de cara al arco, Pozo demoró en salir y le cometió penal (¿y la expulsión por último recurso?), para que Borghello sea «Iván el terrible» en este clásico.

Instituto ya estaba vencido y su llegada más peligrosa fue un pelotazo de Maidana que Brasca quiso parar y se escurrió bajo su botín, hacia el corner. Un par de metros más cerca del arco, era gol. La impotencia albirroja se tradujo en un par de brusquedades de Pilipauskas y Furios, a quienes Rivoira debió sofrenar para evitar más expulsados y complicaciones.

El final fue a puro júbilo. Como deben ser los clásicos. Con gritos y festejos dentro y fuera de la cancha, por esa multitud que convirtió el viernes en domingo y gozó de punta a punta.