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Cuánto hacía, pensaron muchos. Talleres jugó bien, le ganó a Instituto y metió el segundo triunfo consecutivo. Las 30 mil almas albiazules vivieron un carnaval.

Hugo García /
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En este fútbol de exclusión, porque es sólo apto para hinchas locales y desafía el ingenio de los visitantes para infiltrarse, también se vive del resultado. De Córdoba, primera en situarse bajo la lupa grande de la AFA y del Coprosode (sancionaron a escondidas esta ley), se dirá: “Hubo dos clásicos y pasó poco y nada. ¿Vieron que da resultado?”.

En esta versión futbolera del fin justifica los medios, el único punto “negro” queda, por ahora, limitado al primer encuentro entre cordobeses, en el que los hinchas de Belgrano, cuya concurrencia estaba prohibida, se infiltraron en la popular sur, y que, al festejar los goles de Suárez y Casado, fueron detenidos.

Ayer, ese cuadro estuvo lejos de repetirse. Claro que se dieron otras condiciones: Talleres era local y le ganó bien a Instituto, al punto que nunca estuvo en riesgo la victoria.

Quizá por esas razones, los hinchas de la Gloria (hubo varias caras conocidas como las de Fernando, Juan y Germán, de Alta Córdoba) no quisieron arriesgarse a ser identificados por algún exceso de fidelidad extrema, en un Chateau cubierto por 30 mil hinchas albiazules y algunos albirrojos muy bien camuflados.

“Salió todo bien. Hubo 13 detenidos, de los cuales siete fueron por ebriedad y otros seis por empujar en el ingreso. Todos, antes del partido. ¿Gente de Instituto? No registramos a nadie. Las cámaras no revelaron nada. Habría que ver si hacía un gol Instituto”, informó el comisario mayor Fredy Barrera, a cargo del operativo de seguridad.

Un pulmón preventivo. El partido de ayer sirvió para que un funcionario de seguridad nacional, Juan Carlos Blanco (ver “A la medida...”), palpara de cerca que la política de excluir a los visitantes es ajena a Córdoba. Con el pulmón policial separatorio de la barra brava de Talleres en la popular norte, Blanco pudo observar que el problema no era entre hinchadas rivales, sino la interna entre “la Fiel” y “las Violetas”, cuyos jefes eligieron la “mudanza” a la cabecera sur.