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“La gente nos silbó, como en casi todo el campeonato porque la campaña fue muy mal. Pero yo prefiero jugar mal y salvarme de la révalida”. Diego Pozo.

Daniel Potenza
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Talleres volvió a jugar muy mal pero empató y se salvó de la reválida, al igual que San Martín. Los resultados ajenos impulsaron un pacto de no agresión por lo que el segundo tiempo fue pésimo. Terminaron repudiados por la gente.

Terminó el suplicio. Era hora. En defensa del aguante de la gente que siempre acompañó y que a pesar de que Talleres ZAFÓ dramáticamente de la Promoción con un plantel armado y pensado para otra cosa, se fue del Chateau masticando una decepción ignominiosa. Por la campaña horrenda, por la falta de respuestas de un equipo que no le devolvió un centavo desde lo futbolístico, porque Talleres cerró el torneo de local sin ganar en Córdoba y porque al final, en connivencia con San Martín de Tucumán, socio en la desgracia del promedio, armó un partido horripilante, de un solo tiempo en el que ambos arriesgaron y metieron hasta que se enteraron que no iban a revalidar, gracias al «espíritu deportivo» de Huracán de Tres Arroyos, árbitro de la Promoción en su condición de ya descendido.

Nadie podrá asegurar que ex profeso, Talleres y San Martín arreglaron el empate que los terminó salvando a los dos, pero tampoco nadie podrá ignorar que en la situación desesperante en que el elenco albiazul llegó a esta altura de la temporada por defección propia y por el clima de ebullición e intolerancia en el orden institucional que lo acompañó a lo largo de toda la competencia, cualquier tabla que lo salvara del naufragio total sería válida para cerrar una temporada a todas luces nefasta. Es decir, Talleres apeló en la penúltima fecha a todos los recursos valederos hasta el límite con la legalidad y con las licencias reglamentarias para conservar la categoría. Menos los futbolísticos, claro está. Esos de los que careció en todo el campeonato. Y terminó a salvo, pero envuelto en la repulsa de su gente que se hartó de tanta pobreza, y en manos de los aciertos ajenos. Esos que llegaron como una sinfonía desde San Juan y desde la provincia de Buenos Aires.

Además de todo lo apuntado, también hubo un partido. O medio. Porque lo del segundo tiempo no alcanzó para encuadrarlo dentro de los noventa en virtud de que ambos equipos estuvieron los treinta minutos finales prestándose la pelota y sin patear al arco.

Pero en los primeros 45´ pasó poco, aunque las vibraciones aparecieron sobre el cierre de la etapa. El desarrollo del primer tiempo sirvió para comprobar por qué Talleres y San Martín de Tucumán llegaron hasta acá con tantas urgencias. Obviamente por la pobreza en el libreto que los identificó y que en este mini-partido se encargaron de ratificar. Capitano urdió un esquema con variantes en la mitad de la cancha y limpieza incluida. Sacó la dupla Dragogevich-Giménez, de cero rendimiento en el juego anterior, para la vuelta de Medina en el medio, acompañado por Bufarini, quien trabajó más adentro y el intento de que Pereyra pudiera ocupar con alguna solvencia la banda derecha para secundar a Garay en la conducción en los últimos metros. A pesar de la buena intención, la fórmula no rindió. Talleres volvió a ser horrible en la generación de juego y lo que ya es una constante, a la hora de defender. Porque Medina no ganó una sola bola dividida, Pereyra estuvo más lento que un Citroën a gas, Bufarini se hizo turbulento y el pibe Quiroga, varias veces descuidado por la izquierda no recibió ni capturó ninguna pelota para imponer su velocidad. Así, con Garay sin socios, Talleres se repitió entonces en el pelotazo largo y anunciado para Ceballos, que siempre perdió con Monge en el fondo.

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Talleres y San Martín jugaron “sin arcos” en el segundo tiempo y ambos fueron reprobados.

San Martín, que como está dicho tampoco es un dechado de virtudes, controló el trámite a partir de la solidez de Cantero y Serrano en la mitad, buscó a veces, en forma intermitente a Zárate y sabedor de lo malo que es Talleres atrás, esperó con paciencia de orfebre el error del fondo albiazul. Lo que inexorablemente llegó a los 40´ con un pelotazo largo de Cravero para Ibáñez, Correa nunca se enteró cómo cerrar al delantero tucumano que se la llevó (con el taco) y sometió a Pozo con un balazo bárbaro.

Talleres quedó cara a cara con el fondo del abismo, pero en el mismo momento en que su gente cambiaba aliento por insultos, al minuto Garay corajeó, se cayó y Quiroga de arremetida puso el empate con el gol que dejó a Talleres en la B Nacional. Nada más. Eso fue todo lo que en emociones, dos equipos carteludos y grandes de la categoría tuvieron para ofrecer en la tarde del Chateau.

Sin arcos. Lo del segundo tiempo no dejó tela para ser tenida en cuenta en el análisis deportivo. Cuando los actores se enteraron que perdían Ben-Hur e Instituto se miraron y tácitamente se pusieron de acuerdo en bajarle el telón al partido porque con ese mezquino e irrelevante 1 a 1 del parcial inicial, con la calculadora en la mano, se salvaban los dos. Entonces el partido se redujo a un lapso interminable de pelota prestada, tipo playero, sin arcos y sin que Pozo ni Lavallén tuvieran el más mínimo porcentaje de participación. El encuentro, entonces, en el saldo global fue para correr a la gente de la cancha. Si bien Ateliers bajó las entradas para que Talleres tuviera más respaldo popular, por la forma en que jugaron quedó la sensación de que este partido, gratis fue caro.

Matemáticamente Talleres y San Martín se salvaron. Futbolísticamente, se fueron al descenso los dos.