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El equipo se retira sin pena ni gloria.

Eduardo Eschoyez /
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Talleres empató 1-1 con San Martín de Tucumán y zafó de la reválida. La gente se fue muy enojada.

Decía Albert Einstein que sólo en las crisis más severas, la imaginación llegaba a ser más importante que el conocimiento. El problema es cuanto todo depende de la imaginación porque directamente no hay conocimiento... Y quienes lo tienen, no logran moverse porque el miedo los paraliza.

En este Talleres 2006-2007 atado con alambre, precario hasta la irritación, ayer volvió a quedar en claro que nadie tiene la menor idea de lo que significa la grandeza. Un campeonato con un fracaso tan rotundo, con el equipo entreverado en el chiquitaje del descenso, merecía la grandeza de ganarle a San Martín de Tucumán para zafar de la reválida con la mayor dignidad posible.

¿Y sabe qué? No hubo ni rastros de grandeza futbolística. ¿O es que ahora importa la angustia que la realidad le provoca al hincha? Pobre de aquel que tiene memoria y compruebe que de las mismas camisetas que antes brotaban las exquisiteces del "Rana" Valencia, la "Pepona" Reinaldi, Luis Galván o el "Hacha" Ludueña, hoy sólo emana miedo. Miedo a perder; miedo a agudizar el fracaso; miedo al insulto; miedo al miedo. Miedo que anula y aturde.

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Pereyra pierde con Vera. El chico de Talleres intentó manejar la pelota junto a Diego Garay, pero le costó sacarse las marcas y no rindió.

Por eso, que vivan los pelotazos porque son pocos los que no se esconden para recibir. Y vivan los tipos corriendo como locos, ineptos para tener la pelota. Lo único importante, una vez más, era no perder.

Entonces llegamos al final de la historia, por el camino menos deseado: el de la sospecha que maltrata la imagen y estimula las habladurías. El 1-1 fue un atentado al fútbol, pero salvó de la reválida a Talleres y San Martín, ambos muy atentos a lo que pasaba con Instituto (perdió en San Juan) y Ben Hur (cayó en Tres Arroyos).

A juzgar por el festejo del banco de los tucumanos cuando el empate se consumó, cualquier distraído hubiera afirmado que San Martín había salido campeón del mundo. Y si analizamos las declaraciones de los jugadores de la "T", ya en los vestuarios, nos vamos a hartar de escuchar el verso de siempre: "lo importante es que dejamos todo / un punto sirve / preferimos jugar mal pero sumar".

La mejor editorial fue de la tribuna. No hace falta recrear las marchas de la bronca, porque a las letras las conocemos de memoria.

Piqueteros. ¿Hablamos del partido? Cierto: hubo uno, en el que Talleres corrió mucho y pensó poco, y San Martín pensó mucho y corrió menos.

Talleres fue un equipo lento, de movimientos previsibles. Con Ceballos sólo, les quedó a Garay y Quiroga el trabajo de controlar la pelota con Buffarini, Medina y Quiroga cerca. Pero San Martín se los comió con el embudo que armó para defenderse.

Ni Talleres tuvo la capacidad de crear espacios y sorprender desde atrás, ni San Martín la audacia para aprovechar un contragolpe. Nada. Mucha lucha. Muchos pases a mitad de camino. Mil pelotazos. Salvo una pelota increíble que Medina tiró por arriba del arco tocando con apuro, cuando debió definir de cabeza, las escasísimas llegadas y los goles tuvieron mucho que ver con errores defensivos. De defensores blanditos y definidores atentos.

Ya está. Los dos se conformaron con no perder. Se acomodaron a esa miseria y chau.