Joaquín Balbis /
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Dicen que siempre que llovió paró, aunque en Talleres este diluvio parece no tener fin, a tal punto que el agua le llega al cuello mientras las dificultades se suceden en todos los frentes y las soluciones asoman cada vez más lejanas.

Ayer los aguantadores hinchas de la "T" recibieron más palos a la esperanza de ver a los colores de sus amores pintando mejores horizontes, tanto en lo deportivo como en lo institucional. Si el día había comenzado difícil cuando se conoció que el juez Carlos Tale, después de casi 28 meses, removía a dos de los tres fiduciarios, se complicó aún más con el enésimo mal resultado de un equipo que si no gana el próximo sábado en Tres Arroyos cumplirá una rueda completa y siete meses sin victorias en una campaña desastrosa.

La preocupación es mayúscula porque así como en su momento no funcionaron golpes de efecto como la repatriación del ídolo (Diego Garay) y de uno de los técnicos más queridos (Ricardo Gareca) –y a la vista está que tampoco se acertó en la conformación del plantel–, ayer el debut de Salvador Capitano no trajo el alivio deseado y el final de la jornada tuvo el mismo sabor amargo y desmoralizador de los últimos tiempos.

Pero más preocupante es observar la complejidad del panorama: el gerenciador tiene cada vez menos consenso, gran parte del órgano fiduciario no cumplió su función (lo dijo el juez en su resolución), los actuantes de la vida política no aportan mucho más que declaraciones altisonantes y las respuestas deportivas son inexistentes. Por eso, Talleres necesita más que nunca gestos de una grandeza acorde a su historia para superar esta crisis.