Hugo García / [email protected]

Un equipo con un presente paupérrimo y un futuro comprometido en la B Nacional. Jugadores disconformes con el dinero "en negro" que no perciben. Acreedores que esperan cobrar. Una conducción unipersonal discutida e investigada por la Justicia. Promesas de ascenso a corto plazo. "Golpes de efecto" con contrataciones muy costosas y combos interminables de jugadores de envergadura (y los paraguayos de todos los años). La inmanejable interna de la barra brava. Un técnico que quería irse tras el 0-3 ante la CAI, pero que no tenía a quién renunciarle en Comodoro Rivadavia.

Se trata de imágenes que, luego de la quiebra, la intervención de la Justicia y el gerenciamiento, debían quedar como un mal recuerdo de aquellas políticas que llevaron al club al borde de la desaparición, una condena social que sólo sufrieron los hinchas, porque sus principales responsables caminan por la ciudad sin deberle un peso a nadie.

Sin embargo, a poco más de dos años de la quiebra, el 28 de diciembre de 2004, aquellas imágenes volvieron con un peso inusitado, como si la fecha mencionada hubiera representado de verdad el Día de los Inocentes.

Talleres vive su noche más aciaga y tanto los jugadores como el cuerpo técnico y sus autoridades lo asumen con cierta resignación. Todos aguardan el final de los partidos casi tanto como la conclusión de la temporada. Parece que ya nada los movilizará, ni siquiera el hecho de evitar quedar pegados a la peor campaña de la historia del club.

El concesionario Carlos Granero no puede pensar en "un milagro futbolístico", sino en aprovechar estos partidos para buscar una solución integral, ya que el diagnóstico es claro. Es el momento para que redefina su política. ¿Los pibes del semillero son menos que cualquier refuerzo?

¿Llegará la solución? ¿O la imagen de la actualidad albiazul seguirá siendo la de la ida de Gareca que se frustra porque el que lo contrató no está con él?