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Furios y Ceballos.

Eduardo Eschoyez / [email protected]

La Gloria le ganó el clásico 1-0 a Talleres. Antes y después del gol de Montalvo sobraron los errores y escasearon las ideas.

No es discurso fácil, sino un intento de justicia: Instituto y Talleres estaban mereciendo jugar sin público. O, dicho de otra manera, no eran futbolísticamente dignos del escenario de color y calor que la gente le aportaba al partido desde las tribunas. No hubo la menor relación entre la generosidad de los hinchas en el apoyo y en el optimismo, y la calidad del juego.

Por eso, una vez más, al clásico hay que mirarlo sin ver. Por arribita, digamos. Sin revolver demasiado. No vaya a ser cosa que los hinchas tomen conciencia de que hace rato nuestro fútbol aplaude los saques laterales y los quites...

Ayer, la pequeña gran diferencia estuvo en que Instituto, que casi no había llegado hasta Diego Pozo, fabricó una chance de gol de la nada, de un vuelto. Y la aprovechó con el cabezazo impecable de Benito Montalvo, tras un centrazo de Julio Serrano.

Puesto a administrar un triunfo que de a ratos le quemaba en las manos, la Gloria eligió armarse de rechazos, se descomprometió de la pelota, se la sacó de encima, y no se atrevió a proyectarse en los espacios que las angustias de su rival le fueron sirviendo en bandeja.

Claro, lo de Talleres fue muy pobre también. Tuvo un arranque alentador, con agresividad en el juego y movimientos certeros, pero terminó consagrado a la lucha, perdiendo sus referencias en la cancha.

El arco quedaba cerca. Situaciones de gol claras, pero claras en serio, hubo cinco: tres para Talleres y dos para Instituto, aparte de la que derivó en el 1-0. La primera fue en el comienzo del complemento, para la Gloria, en un centro que Moreyra peinó en el primer palo y Furios, entrando por atrás, no alcanzó a corregir.

Instituto tuvo otra a los 10, cuando Giménez, en el punto del penal, definió alto, como un principiante, con todo a su favor. ¿Habrá creído que estaba fuera de juego? La pelota se fue como dos arcos más arriba.

Pero si se trata de situaciones frente a la red, el gran actor fue Jorge Carranza, el arquero de Instituto. Primero se salvó en un remate de Medina. A los 5 Villarreal, cara a cara con él, lo fusiló: "el Loco" tapó el tiro. La otra jugada fue a los 32, como consecuencia de un error de Moreyra al salir (subestimó a Píriz Alvez y el uruguayo se la "afanó"). Carranza achicó al morocho y atajó el derechazo caliente.

Sin pilas. Entre cada una de esas chances de gol, el partido se jugó más hacia los costados que en profundidad, diluido en los errores, en la falta de ideas, en la tendencia a resolver el segundo pase con un pelotazo largo.

De aquella efectiva aceleración del comienzo, Talleres pasó a ofrecer menos ciencia que sudor. Se apoyó en Buffarini, no conectó jamás a Garay y Ceballos con la Tierra, y apostó por Mannara. Los cambios lo llevaron un poco más adelante, en una presión que fue más ficticia que concreta porque, a esa hora, a Instituto sólo le importaba que el reloj corriera.