Jorge Nahúm / [email protected]

El del Apertura lo ganó Talleres, y fue una especie de «salvar el año», aunque el 2006 es todo un mal recuerdo para los albiazules, porque en el primer semestre se les escurrió de las manos el ascenso (para peor, subió Belgrano) y en el segundo vagaron tipo alma en pena, en su peor campaña en la B. En definitiva, aquella victoria sólo resultó un consuelo, apenas un paliativo.

Ganarlo ahora significará el primer triunfo en el torneo (parece increíble decirlo, en un Talleres que aspiraba a ser protagonista), y levantar en parte el rotundo aplazo de lo que va del torneo. Y no mucho más, con las puntas de las dos tablas tan fuera de alcance.

En cuanto a Instituto, que se quedó con el gusto amargo en el primer choque y se redimió en parte al adjudicarse el clásico del torneo de verano, ganar hoy tampoco significa «salvar el año» en todo el sentido de la frase, ya que hasta el final deberá remar para escapar a su incómoda situación en los promedios (también inaudito, para otro equipo que se conformó con ansias de pelear el título). Entonces, sobre la mesa aparece el honor y la gente. Nada más, nada menos. Porque las dos camisetas flamearon en grandes acontecimientos, hasta en finales, y representan un orgullo muy por encima del opaco presente de los dos. Y porque la gente responde con pasión, aunque no ha sido correspondida. Los dos bandos acompañaron fecha tras fecha, decepción tras decepción, y renuevan su cuota de amor por los colores. Así lo certifica la perspectiva de una multitud en el Estadio Córdoba, que se vislumbra por la intensa venta de entradas anticipadas. Y eso que juegan para salir de pobres. Ante tal prueba de devoción de parte del público, los protagonistas deben empezar a devolver. Brindar un espectáculo con emociones, disfrutando y haciendo disfrutar, con la carga eléctrica de los clásicos trascendentes. Con la grandeza de un Talleres-Instituto.

Y no es para reconciliarse, porque en realidad su gente nunca dejará de quererlos.