Víctor Cuello / [email protected]

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Instituto-Talleres tuvo el marco esperado, pero hubo disturbios.

Cuando el grito de las dos hinchadas hizo temblar Alta Córdoba y silenció el ruido grave de las balas de goma dirigidas a la popular albirroja, el clásico se pareció a la fiesta que fuimos a buscar. En realidad, fueron unas 20 mil almas las que reventaron el estadio de Instituto, ilusionadas con vivir y palpitar un clásico como los de antes, como el último que jugaron "la Gloria" y Talleres en esa cancha, el 10 de diciembre de 1989.

Pero éstos son otros tiempos, y no mejores en muchos aspectos. Aquel pasaje del juego que ilustra el comienzo de este relato sucedió en los primeros minutos del segundo tiempo. Coincidió con un tramo de altísimo voltaje en el césped, con más pierna fuerte que buen fútbol, pero -a falta de otras cualidades- la gente se contagia y premia el esfuerzo de sus jugadores como si celebrara un campeonato. Entonces, es bueno quedarse con la postal de ese lapso del clásico, porque antes de ese desenfreno tribunero los estúpidos de siempre casi arruinan la fiesta que perseguía la inmensa mayoría.

La eterna puja. Era previsible que una multitud copara Alta Córdoba. También podía predecirse que el riesgo era grande. Por momentos, largos e interminables momentos, la cancha fue una caldera a punto de estallar. Si alguien encendía un fósforo, explotaba. Quizá suene exagerado ahora, a la luz de que el partido terminó sin mayores problemas, pero esa fue la sensación dominante y hay razones que la explican.

Por ejemplo, el ingreso de la hinchada de Talleres, en la esquina de Sucre y Lope de Vega, fue caótico. También humillante, para la mayoría de sus sanos y apasionados hinchas. Una sola puerta de ingreso, un estrechísimo cordón policial que sólo daba lugar a una sola fila y cuatro caballos "ordenando" la entrada. Consecuencia de este cuadro: una cola interminable a minutos del comienzo del partido, ánimos exaltados, empujones y la afrenta de tener que avanzar por debajo de los hocicos de los caballos.

El comisario inspector José Salgado, a cargo del operativo, explicó:"No tenemos otra forma de controlar. Las puertas se abrieron a las 20, pero nadie entró temprano. Se juntaron todos sobre la hora, pero debemos ser rigurosos porque no podemos permitir que 'La Fiel´ ingrese".

Nadie sabe cómo, pero un sector de "La Fiel" ingresó a la popular albiazul. Uno de los policías que participó del operativo no lo podía creer y rumiaba bronca. "Deben ser la segunda línea, porque tenemos identificados a los líderes y no los vimos", dijo.

Con "La Fiel" adentro, la tribuna se convirtió en un polvorín. Rápidos, descolgaron un trapo de sus acérrimos enemigos, los de "Las Violetas", y se armó una rosca que por suerte se controló rápido.

Enfrente, pese a que ya ganaba Instituto, los hinchas locales no tuvieron mejor idea que hacer puntería con los de Talleres que estaban en la gran tribuna de calle Sucre. La represión fue inmediata y mientras el juego seguía como si nada, un fondo de balas de goma pintaba un panorama sombrío. En ese instante, un padre le dijo a su hijo en la platea: "No mirés para las tribunas, mirá el partido que es mejor".

Tenía razón, aunque muchas veces las tribunas se sacuden de emoción. Como en aquel pasaje del comienzo, que fue, al fin y al cabo, la mejor foto de un auténtico clásico.