En poco días más, el equipo dirigido por Frank Darío Kudelka comenzará a jugar por el sueño del ascenso. Aunque al primer equipo le resten tres partidos para terminar la fase inicial, no hay ninguno de los habitantes del Mundo Talleres que no viva ya esa previa, ni que se haya hecho su propia película, en la que debe haber un final feliz.

La dificultad en conseguir el objetivo ha paseado a Talleres por un largo purgatorio al punto de que en seis ediciones jugadas, en apenas una pudo terminar como se esperaba. La hora de la verdad se aproxima a pasos agigantados. Es cuando el mundo albiazul empieza a soñar; el momento en que la ilusión asoma. Pero también es el tiempo en el que los protagonistas comenzarán a jugar por el futuro. Por el del club y por el propio. Talleres puede ser un antes y un después de sus carreras. Hasta la más mínima puede convertirse en una gran historia. Inolvidable. La más rica, los abraza cada día. Apenas transponen el umbral de la Boutique, esas gigantografías de los grandes jugadores de aquellos Talleres de oro intimidan y motivan; en cada aniversario del ascenso de 1998 ante Belgrano, de la Copa Conmebol 1999 o del ascenso de 2013, se refleja cómo cambió la vida de sus protagonistas, el honor y la gloria que eso les dio y cómo cambió el lugar que tenían en Talleres. Si no fue una; fue la otra o ambas, para los más afortunados. Los antecedentes no cuentan, Talleres puede convertir en héroe al menos pintado. A aquel que sea capaz de dar lo mejor en un puñado de partidos, ya ni siquiera en una temporada completa. Dar la talla es el único requisito. Aquel que lo entienda podrá llegar a su propia estatua. “Quien pueda jugar en Talleres, podrá hacerlo en cualquier lado” y “Ganar algo en Talleres te cambiará la vida”, son algunas de las frases que jugadores y entrenadores han repetido hasta el hartazgo. Sin embargo, pocos han sido los que han podido cumplir esas premisas. Más allá del nombre y de sus talentos.