¡Talleres a la final! Por penales, sufriendo, eliminó a Mitre y sigue con vida. Noche infartante.

Porque no sabés como morir. No sabés como hacer para acostarte en ese lecho eterno, para que descanses para siempre. Porque no sentís eso de que la vida tiene un final. Porque no sos de Talleres. Vos sos Talleres. Y Talleres, ese que parece de a ratos un muerto en vida, no sabe cómo morirse. O encuentra artilugios para devolverse a sí mismo a la vida. Y es todo eso.

Así es el fútbol de Talleres, el de la ilusión volátil. El que sueña siempre con la grandeza, pero que termina tropezando con el sufrir, a cada rato. Anoche fue eso. Todo eso. Morir, matarse, fallecer y tuc-tuc, tuc-tuc. Hay vida después de tanto dolor.

Mitre de Santiago del Estero le dio el sablazo inesperado. Un primer tiempo de escaso vuelo futbolístico, apenas le sirvió a los santiagueños para irse al descanso 1-0. Con un mediocampo perdido en la marca, con una defensa que mostró lo de siempre: verse perdida en lagunas interminables a cada instante. Con la poca idea de generar.

Y el hincha está curtido sabe que siempre va a ser así, con el sufrimiento interminable. De esas cosas insólitas que sólo a Talleres le pasan. Era muerte ese entretiempo. Agonizante el descanso. Los hinchas contrariados. Cantando, gritando de bronca.

Y el ST fue un asalto arrítmico a los corazones. Otra vez lo mataban a Talleres. Nada para ilusionarse. Era un manojo de voluntades atacando. Hoyos no podía sostener el juego del medio hacia adelante. Y terminó poblando el ataque con Martiñones, Martínez, Godoy y Ramis. Después con Álvarez a sus espaldas.

La T llegó al empate a duras penas, cuando quedaba poco más de un cuarto de hora. Martínez devolvió esa esperanza, con un cabezazo que puso el 1-1 parcial.

Talleres era esa vida, que terminó de esfumare. A los dos minutos, por un tiro libre letal de Prieto, el ruido del silencio volvió a apoderarse. La parca de la pelota volvió a dejarlo al borde de su ocaso en el Federal A.

Fue un tiro libre histórico que ponía en carrera 2-1 a Mitre. Talleres moría otra vez. Sólo le quedaba ir e ir, como le saliera.

Con la firmeza de la intención, con la endeblez de sus ideas. Pero eso de reinventarse, de reconstruirse sólo fue a fuerza de su voluntad, de su tozuda manera de sentirse en pie. Y fue el pibe Ramis, el que le dio el oxígeno cuando la señal se le acababa, cuando los latidos lo asfixiaban en un letargo letal, atroz.

El 2-2 puso a la T en los penales, los angustiosos tiros desde los 11 metros. Y después de la ejecución, cuando eso que lo que llaman vida se le esfumaba, volvió a abrazarse con firmeza frente a la muerte, se ajustó a las leyes de la subsistencia y explotó en plena felicidad.

Talleres volvía a vivir, soñando con el regreso a la B Nacional. Con la posibilidad de volver a pelear, a sentirse vivo, de la depresión a la euforia.

De la nada a la existencia. De la muerte a la vida. Porque Talleres, está claro, no sabe como hacerlo, no nació para morir.