Poco tardó Talleres en descubrir que las bondades de La Punta, una ciudad levantada en medio de la aridez de San Luis, no estaban hechas para sí. La chance de jugar en un estadio nuevo como el Juan Gilberto Funes, en el que la presión se siente poco y nada; un campo de juego aceptable y la presencia de 1.500 hinchas propios lo entusiasmaron. Pero la aparición de su peor versión futbolística lo terminó condicionando.

A los 8 minutos de juego ya perdía con el cabezazo de Gastón Leva, que le puso el moño a una jugada que Juventud Unida Universitario ya había ensayado dos veces. La fórmula del centro desde la derecha al segundo palo hizo que Emmanuel Céliz cometiera un penal, que el juez mendocino Alejandro Arco no vio. Luego fue Denis Lucero el que se lo perdió frente a la valla de Matías Giordano.

Los reflejos del arquero de la “T” evitaron que el equipo local llegara al segundo gol. Morán, Lucero, Garraza y Medina no pudieron vulnerar al ex Quilmes. La etapa inicial fue para Juventud un paseo en plena primavera y para Talleres, un invierno futbolero. No había una idea definida, ni orden en sus líneas, como en la seguidilla de triunfos ante Desamparados, Alumni y Central Córdoba. Sólo esfuerzos mal repartidos y nula relación con la pelota. Mucho menos aparecieron el oficio y la fortaleza mental que deben aflorar cuando la mano viene dura. Si hasta el propio Federico Lussenhoff se sacó la cinta de capitán camino al vestuario. El gol de Wilson Albarracín, a los 36 minutos del segundo tiempo, sería otro impacto duro para los cordobeses. Definitorio para la suerte del partido.

Las posibilidades de l conjunto de barrio Jardín sólo asomaron cuando el técnico Roberto Saporiti hizo ingresar a Ramiro Pereyra en lugar de Fernando Sanjurjo, que lejos estuvo de gravitar en el campo puntano y para colmo se retiró lesionado. Luque le tapó el gol al delantero en el primer arribo serio, a los 4 minutos. Después, Damián Solferino, en dos oportunidades, se perdió el empate. Primero lo tapó Luque y después su cabezazo se fue cerca de un palo. El descuento de Miguel Monay, tras un rebote en un defensor, llegó cuando faltaban siete minutos. El resultado –disturbios mediante– quedó en suspenso 2 a 1, como en aquel debut en la Boutique, cuando empezó a descubrir la realidad de este Torneo Argentino A. Una rueda después, la misma historia. Otro pecado de juventud.