“No arreglaron, ¿no?”. El plateísta de Talleres acompañó su pregunta con un gesto resignado, anticipándose a una respuesta que intuía previsible. Bajaba presuroso las escalinatas de las plateas, mientras trataba de encontrarle una explicación al empate sin goles que acababa de presenciar en un Chateau vestido totalmente de azul y blanco.

Quizá, en su cabeza todavía no entraba la idea de que un equipo –en este caso, el de sus amores– pudiera jugar tan mal a propósito. O tal vez el partido, carente de emociones y escaso de matices, le haya traído reminiscencias de algún no tan lejano 0 a 0, en el que la justificación de un ex dirigente albiazul (“¿Y qué querés que hiciéramos?”) se anticipó a la ingenua pretensión periodística de indagar un poco más sobre un resultado tan pobre como mutuamente conveniente. Por suerte, aquella historia no se repitió.

En este caso, las explicaciones había que buscarlas por el lado de lo que han demostrado uno y otro equipo en el presente campeonato. Uno, Belgrano, que parece concebir el campo de juego como un tablero de ajedrez, y que mueve sus piezas fríamente en pos de un objetivo. Otro, Talleres, que sigue sin encontrar su norte a pesar de haber contado con varios timoneles a lo largo de la temporada.

Cara y ceca. A la hora del balance, habrá que convenir que el punto le cayó mejor a Belgrano, porque lo consiguió en un entorno desfavorable y porque le permite mantenerse en zona de promoción (hoy jugaría por un ascenso). Para Talleres, en cambio, el “poroto” (haciendo la obligada conversión a milésimas de los que pelean abajo) no cotizó precisamente a precio soja; más allá de que las “retenciones” que les aplicaron a Instituto y Ben Hur (léase derrota y empate) hayan significado un alivio. Fueron puntos diferentes, a partir de realidades bien distintas. Al fin y al cabo, la única bandera que unió a los clásicos rivales, al menos en la tarde de ayer, fue la que rezaba:

“El 27/05 juicio a Menéndez. Este partido es de todos”.