Talleres ganaba cómodo, pero Almagro lo complicó en el segundo tiempo. Al final, fue 4-3 para la "T".

Los triunfos todo lo pueden. En el caso de Talleres, al menos, sirven para relegar a un segundo plano los problemas cotidianos que, de un largo tiempo a esta parte, lo han convertido en un club muy especial.

Ayer hubo festejo albiazul en el Chateau, y no es poca cosa. Aunque la segunda victoria del año haya llegado con un sufrimiento innecesario, producto del desequilibrio de un equipo que, más allá de su vocación de atacar y de jugar siempre, en sus dos presentaciones de 2008 exhibió algunas fisuras a la hora de defender.

Desde el inicio, el partido se mostró entretenido. Talleres asumió la iniciativa, obligado por la necesidad de sumar mucho en sus dos frentes de batalla (promedios y campeonato) y empujado por 30 mil hinchas entusiasmados con los vientos de cambio que soplan por barrio Jardín. Almagro no le esquivó al bulto y, lejos de consagrarse al aguante y jugar a “haber si empatamos”, asumió un rol más ambicioso –o más digno, si se quiere– en el renovado (y aún “derrapado”) césped del Chateau.

En ese punta y hacha, la “T” fue marcando diferencias individuales y colectivas que le permitirían sacar una ventaja importante –que hasta parecía indescontable– en apenas 25 minutos.

El medio campo fue la clave. Bastó que se acomodara Rimoldi –arrancó incómodo, obligado a desdoblarse como “doble 5” y “8”– para que el equipo albiazul comenzara a funcionar. La sobria tarea de Alexis Cabrera en la marca liberó al rubio volante de tareas más pesadas, y permitió que éste pudiera asociarse con Paulo Rosales en la tarea de creación.

A los 14 minutos, un cabezazo de Maidana, tras un preciso tiro libre ejecutado por Rosales, provocó el primer festejo de la tarde. Once minutos después, Rimoldi se desprendió por derecha, habilitó a Rosales y el ex Unión, de “palomita” y con cierta complicidad del arquero Tauber, pondría las cosas 2 a 0. ¿Partido liquidado? A esa altura, y más allá de la actitud de Almagro de seguir yendo al frente, nadie pensaba otra cosa.

Cuestiones de fondo. El buen juego de Talleres, no exento de algunos excesos de suficiencia, entusiasmó al público y por momentos hizo presagiar un resultado más abultado. Pero el segundo tiempo tendría reservado para el equipo de Rubén Insua un capítulo de suspenso, con dos tempraneros goles en contra que le cambiarían el escenario. Al minuto de juego, uno, dos, ¡tres cabezazos en el área local! Descuento de Cayetá. A los seis minutos, un solitario cabezazo de Robert, luego de otro mal movimiento defensivo, puso el 2 a 2.

A pesar del desconcierto, Talleres no arrió sus banderas. Siguió tocando y buscando los espacios, y tuvo su premio. A los 13 minutos, otro pase “bochinesco” de Rimoldi le dejó servido el 3 a 2 al “Tanque” Cuevas. ¿La estocada final? Ni ahí. Almagro volvería a resurgir de las cenizas, aprovechando un grosero error del arquero Silva (no retuvo la pelota ante la atropellada de Meloño y la pelota, impulsada por el defensor, se le metió entre las piernas).

Por entonces, hacía rato que se imponía un cambio de ritmo en el juego de la “T”. Cuando la visita marcó el 3 a 3, un ratito antes la lesión de Rosales y la merma física del colombiano Viveros habían obligado a Insua a apostar por “el dúo dinámico” Buffarini-Quiroga. Con ellos, el equipo encontraría la impronta necesaria para torcer la adversidad.

Quiroga, jugando bien abierto por el sector izquierdo, abrió un surco en un territorio que Viveros no había alcanzado a explorar. Y por ese resquicio llegaría el 4 a 3. El pibe desbordó con potencia y convicción, y tiró un centro preciso para que Borghello refrendara su “chapa” de goleador. ¿Qué primero hay que sufrir? ¡A otro con ese cuento! Ya demasiado vienen acumulando, de un largo tiempo a esta parte, los estoicos hinchas de la “T”.