Eduardo Eschoyez
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Cuando Víctor Píriz Alves se paró para ejecutar el tiro libre, sospechaba que Daniel Islas se iba a correr atrás de la barrera, como lo hace la mayoría de los arqueros cuando sale el remate. Entonces le pegó con efecto: la pelota salió "mintiendo" un destino que le daría la razón al movimiento intuitivo de Islas y, en el aire, rebelde, impredecible, giró para escapar del manotazo desesperado del "1". Gol, con la picardía del uruguayo y la innegable complicidad de Islas.

Iba un minutito de juego. Otras veces le había costado tanto a Talleres meter un gol que verlo 1-0 arriba en apenas un puñadito de segundos, fue una noticia alentadora. ¿Podría capitalizar la ventaja madrugadora para animarse a jugar, para crecer sin la presión del resultado?

Las respuestas fueron llegando en forma desordenada y modelaron un diagnóstico con sabor agridulce: Talleres arrancó con firmeza y terminó con una angustia innecesaria, que el 2-0 moderó sobre el final.

Que quede claro: Talleres ganó bien, pero no avanzó demasiado en su idea de consolidar una propuesta que logre convencer a los hinchas. Volvió a creer en el juego de la sensibilidad, del toque, de la asociación. Pero careció de la precisión y la solidez que le permitieran demoler a un rival muy tibio.

Ayer pasó por la etapa inicial de la apuesta por el buen juego, cosa que por momentos pareció lograr. Pero después fue desdibujándose con la falta de profundidad y aceleración.

Entonces fue corrigiendo sus trazos: ya no priorizó hacerse fuerte con la pelota y comenzó a ceder ante la tentación de aceptar un partido más de lucha, tirado unos metros atrás, donde hubiera menos espacios que recorrer si Huracán se decidía a presionarlo un poco.

Hay equipo. La primera media hora dejó ver a Talleres abriendo a Huracán con la circulación corta del triángulo Dragojevich, Bustamante y Klein, para abrir la pelota tomando en velocidad a Trullet y Quiroga por las bandas. Hasta ahí, todo muy bonito. Sobre todo porque Píriz Alves tuvo dos ocasiones más para estirar las diferencias en la red: un balazo cruzado, que se fue desviado por poco, y un tiro bajo, que Islas sacó al córner.

El tema es que su juego, lenta pero sostenidamente, se fue desinflando en sustancia y confianza, hasta perder las referencias ofensivas de Ceballos y Píriz Alves. Sin la pelota, Talleres no integró nunca a los armadores, perdió de vista a los puntas y desvirtuó la función de Trullet y Quiroga. En esta etapa, cuando lo invadió la crisis de identidad, Huracán se le animó y comenzó a acercarse.

La aspirina para la preocupación creciente llegó de penal: derechazo seco de Ceballos y a otra cosa. Los goles, una vez más, tuvieron la capacidad de anestesiar las limitaciones en el funcionamiento, para dibujar una realidad en la que hasta hubo sonrisas.

Un penal "de regalo" le permitió Talleres, por Ceballos, ponerse 2-0 y sellar la victoria. Antes, su insolvencia futbolística había dejado el partido abierto.