Germán Negro
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Parece de principios del siglo 20, pero vale recordar aquella sabia expresión de que "la culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer...". Grafica muy bien por qué existen (y cómo subsisten) los personajes que dan forma a las tan mentadas barrabravas.

Con su confesión de ayer, Carlos Granero ratificó públicamente algo que todo el ambiente del fútbol conoce:los dirigentes alimentan a un monstruo que termina siendo inmanejable y, casi siempre, les termina comiendo la mano.

La punta del iceberg de las relaciones entre los hinchas pesados y la dirigencia (política, gremial y futbolística) puede partir de un puñado de camisetas o algunos pasajes, pero es difícil determinar hasta dónde llegan. Además, la situación de Talleres es "especial": al repartirse esas dádivas, se les da entidad a dos grupos antagónicos que se pelean por los negocios que suelen abrirse con el liderazgo en una tribuna. La foja de antecedentes sobre estas diferencias internas en Talleres incluye hasta una muerte dentro del Estadio Córdoba.

En las últimas horas, la violencia en el fútbol (que cada vez está más lejos de ser un acto espontáneo de barbarie) motivó promesas y advertencias del Gobierno nacional, de las fuerzas de seguridad y del propio Comité Ejecutivo de la AFA, conformado por los presidentes de los clubes.

Se planteó la necesidad de afinar los controles de admisión y de cambiar las leyes de castigo. Sin embargo, parece muy difícil que se llegue a buen puerto si no se carga definitivamente contra los padrinazgos, contra los que convierten a este chancho en el más gordo y sucio de todos.