Julián Cañas
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Con más de varios años de experiencia acumulada en la pelea entre las barras de La Fiel y Las Violetas en la popular norte del Chateau, ¿cuántos argumentos quedan en pie para explicar la ineficacia policial para controlar al centenar de violentos que jaquea a Talleres?

Nadie puede aducir seriamente que las corridas toman ya por sorpresa a los encargados de seguridad o que no se conoce a los protagonistas de las trifulcas. Los cruces en la tribuna son tan previsibles como las pobrísimas actuaciones del equipo. El caos de afuera se refleja también en la cancha.

La Policía apeló el pasado lunes a dos recursos: cacheo para la mayoría (incluida revisión minuciosa de autos en las afueras) y pulmón entre barras en la tribuna. En ambos casos, como diría Diego Maradona, se les sigue escapando la tortuga.

Las requisas alcanzan a vehículos particulares, de hinchas comunes que después deben hacer cola y someterse a nuevos cacheos. A su lado pasan los barras, que disfrutan de acceso diferenciado. Ellos van de la calle a la popular norte, sin escalas. Son privilegiados. Y se nota.

Adentro, el pulmón luce llamativo, pero de adorno. La Policía separa a La Fiel y Las Violetas, pero cuando se miran feo y deciden correrse unos metros detrás del autotrol para molerse a palos, los guardianes del orden ya no intervienen. ¿Será que sólo hay que mantener el living de la casa limpio, mientras se matan en el patio?

En medio de tanta podredumbre, los plateístas se unen para pedirles (a los barras) "que se vayan todos". Más que pedido, ya es un ruego. ¿Alguien los escuchará?