Joaquín Balbis
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En el tiempo, julio de 2005, fecha en la cual Ateliers SA se hizo cargo provisionalmente de la administración del fútbol de Talleres, no es tanto. Sin embargo, la promesa de Carlos Granero, a poco de contratar como técnico a Emilio Nicolás Commisso, parece parte de la prehistoria. La anunciada estatua para el entrenador jamás se hizo realidad y el 26 de setiembre de ese año la relación quedó cortada para siempre, lo que marcó el primer gran traspié del empresario devenido en gerenciador albiazul. Granero no tendrá un grato recuerdo de sus últimas dos primaveras, porque este 25 de setiembre (el lunes pasado), casi con exactitud milimétrica respecto a la ida de Commisso, debió resignarse a la partida del segundo técnico (no interino) al cual apostó para hacer realidad lo antes posible la esperanza de ver de nuevo un Talleres de Primera.

Poco que hacer. Todo indica que la resistencia de Granero a la renuncia de Roberto Marcos Saporiti fue mínima. Tanto se había tensado la cuerda que el gerenciador casi ni puso las manos para retener al experimentado entrenador, quien minutos antes del clásico frente a Instituto, hablando para la transmisión televisiva, había elogiado a Granero, pero que después argumentó su dimisión con un rosario de quejas hacia la conducción de Talleres (Ateliers, el juez, el fideicomiso). Hábil, Saporiti supo cuándo marcharse y el triunfo sobre la Gloria le abrió las puertas de la liberación de una relación que se había hecho traumática con los hinchas y que repercutía en el gerenciador. Por más que Saporiti lo haya enmascarado con las críticas, las causas de su partida tienen mucho que ver con las que marcaron el alejamiento de Commisso en su momento: un equipo que no convenció y que pocas veces jugó con la identidad emparentada con la historia de la "T". Esto del perfil fue otra promesa incumplida de los conductores (técnicos y dirigentes). Si hubo una diferencia real, ésa fue la que a Saporiti nadie le pudo decir que se vaya, sino que fue él quien marcó el final, algo que Commisso no pudo hacer porque le indicaron la salida con una improlijidad pocas veces vista. Como fuere, el emprendimiento quedó trunco por segunda vez y otra vez debieron aparecer los interinos (nadie especificó si el interinato tiene fecha de vencimiento) a hacerse cargo de la cosa. Roberto Luis Oste, con una voluntad valorable, se repite, aunque ahora el ladero es Fabián Carrizo.

Más de lo mismo. Esto que volvió a acontecer en Talleres sucedió varias veces en el fútbol de Córdoba. No es la primera vez que pasa ni mucho menos. Ahora le toca al club de barrio Jardín padecerlo, pero en la reciente historia futbolística local es figurita repetida. Sin ir más lejos, el gerenciamiento de Belgrano debió quemar varios años y técnicos (Ginarte, Labruna, Bonetto, Zamora, y siguen las firmas) hasta que acertó con la llegada de Carlos Ramacciotti, quien fue el entrenador que condujo el nuevo desembarco de la "B" a la máxima categoría. Hasta que este año ascendió, Belgrano ni siquiera logró clasificarse a algunas de las tantas chances que otorga la Primera B Nacional para pelear por algo. Cero protagonismo, cero posibilidad.

Cuestión de fondo. Esto de la falta de un equipo con identidad, una condición determinante para aspirar a luchar por algo importante, es tan preocupante, como la ausencia o el no cumplimiento de un proyecto o una planificación. Talleres, que ahora vio partir otro DT, trajo más de 15 refuerzos esta temporada en otra pronunciada renovación de su plantel, en el cual se refleja poco y nada la prioridad de promover juveniles del club y cumplir con el espíritu de capitalización del que habla la ley. Por eso, que se haya marchado Saporiti asoma como el hecho menos significativo de esta historia. Incluso, algunos buenos resultados o un buen funcionamiento (antes y ahora) hubieran disimulado la cuestión de fondo, que tampoco es tan seguro ahora esté en discusión. Es que en este quiebre que significó el alejamiento del entrenador no se escucharon autocríticas profundas (más allá del reconocimiento de Granero de que están aprendiendo), en una actitud que no es patrimonio de, en este caso Ateliers, si no que es algo que se ha repetido una y otra vez en esta película con sabor más agrio que dulce a la que se ha acostumbrado, peligrosamente, el fútbol de Córdoba.