Opìnión


Joaquín Balbis
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Roberto Marcos Saporiti recurrió a un viejo método utilizado por avezados entrenadores que vienen cuestionados por el mal funcionamiento de sus equipos. Esperó una buena ocasión (la victoria sobre Instituto) para pegar un portazo adornado de excusas.

El experimentado técnico argumentó su salida en la falta de estrategia y la necesidad de un replanteo general en los encargados de manejar a Talleres. En realidad, su situación no era cómoda porque nunca le encontró la mano al equipo y eso aumentó la resistencia de los hinchas. Es cierto que desde que el DTllegó en enero, la "T" comenzó una escalada interesante, pero falló en los momentos clave. La intolerancia de la gente era indisimulable. Razones hubo varias, aunque más allá de ciertas actitudes suyas, los principales cuestionamientos eran futbolísticos. Aún permanece imborrable el 1-1 frente a San Martín (SJ) en cancha de Instituto, a tres fechas del final del Clausura 2006. Con su equipo 1-0 arriba y ante un rival desorientado y que jugaba con medio delantero, Saporiti sacó a Bustamante (un "10") y puso a Gill (un "4") a los 30 minutos del primer tiempo. Sobre el final, llegó el empate sanjuanino. Ni hablar de cuando después de prometer el ascenso por TV, tras vencer a la CAI en Comodoro Rivadavia, Talleres patinó con Chicago en el Chateau para luego ni poner las manos ante Chacarita en el repechaje.
En este torneo, el DT armó su plantel, para luego anunciar que el equipo aparecería recién en la fecha 12 ó 14. Más leña al fuego, más malestar. "Para que la fiesta fuera completa, se tendría que ir el técnico", decía un fanático tras el triunfo del sábado. Y Saporiti le cumplió el sueño.
Pero no se fue en silencio: antes alertó sobre cierta desprolijidad en el manejo de Talleres. En esto, no se equivoca, porque el gerenciamiento no parece sólido. Pero también es cierto que si su equipo hubiera rendido mejor, su renuncia jamás hubiese llegado. Sea como fuere, ahora pocos lo extrañarán.