Enrique Vivanco
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¿Hay alguna manera de evitar el escepticismo en torno al resultado de un clásico? Cuando los protagonistas llegan a la cita golpeados, con más pesadumbre que alegrías, las especulaciones se transforman en una avalancha de elucubraciones que maduran resultados, arreglos, conveniencias y todo tipo de acuerdos para salir del paso lo más indemne posible.
Afortunadamente, Talleres e Instituto le arrebataron cualquier mal pensamiento al hincha que estuvo en el estadio o que lo vio o lo escuchó desde su casa. Nadie pudo emitir juicio en ese sentido porque a puro pelotazo los dos equipos calentaron la red y desnudaron sus claras y únicas intenciones de emerger de la mediocridad ganando un partido importante y con una actuación convincente.
Que el 0-0 era posible duró menos de un minuto hasta que Ceballos deformara el respaldo de De Lafuente; que el 1-1 no iba estar mal se derrumbó pocos instantes después porque Gorostegui no sabe de esas cosas y no le perdonó la vida ni a su arquero.
El 2-2 no era descabellado después del descuento de Giménez y mucho más posible y redituable con el segundo gol en el arco de Pozo. El croupier podría haber dicho "no va más" o los dados podrían haber quedado cargados con esos dos puntos para arriba. Pero no fue así. La pelota parecía de ping pong. No es común que, paradójicamente, a un objeto tan preciado se lo trate tan bien en una categoría acostumbrada a despedir temores mirando un tobillo desconocido o sacarse miedos apuntándole a los hinchas que están en lo más alto de la tribuna.
Talleres e Instituto quedaron a mano porque se sacaron chispas. Se igualaron en ambición y en entrega. No recularon. Fueron al frente con lo mucho o poco que tienen y se desnudaron descarnadamente ante sus públicos mostrándose tal como son. Y en esa ofrenda hubiera sido injusto que alguno se quedara con todo.
Hubo, después de aquellos cuatro goles iniciales, más pum y pam sobre las manos de los arqueros que las cohetes que eludieron el control policial y que sonaron seguido en las dos cabeceras. Por eso no debía haber reparto de puntos. Entonces llegaron Píriz Alves y Ceballos para coronar el resultado. Y entonces sí, hubo un triunfador. ¿Fue Talleres? No. Definitivamente, no. El gran ganador fue el público.