Los más 35 mil hinchas de Talleres que coparon ayer el Chateau, pasaron del éxtasis y a la depresión. La euforia arrancó con la salida a la cancha del equipo y se extendió, a puro aliento, sólo hasta los 13 minutos, cuando el gol de Carranza les congeló el ánimo.

Los hinchas se despertaron con el empate parcial de Ferro frente a Belgrano, pero la caída propia y lo poco que le devolvía el equipo, podían más. Después, hubo 15 minutos conmovedores – los del entretiempo–, en que la hinchada alentó en forma ininterrumpida. Pero, sobre el final del partido hubo una actitud muy pasional y propia del folklore futbolero: como Belgrano le había ganado su partido a Ferro y a Talleres le quedaban algunos minutos, la gente le pidió al equipo que no atacara. Un eventual empate le iba a dar el título al rival histórico, nada menos.

El aplauso final, mientras Chicago daba la vuelta, fue entre una muestra de madurez y un alivio porque Belgrano no fue el campeón. La lenta retirada se inició temprano, alrededor de los 30 del complemento.