Un cachetazo tremendo


Por Eduardo Eschoyez l De nuestra Redacción.
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Talleres jugó mal. Y a partir de esa realidad, todo lo que intentó le costó el doble o el triple, porque quiso ser lo que no puede ser. Intentó luchar y no hizo diferencia alguna. Apostó por el pelotazo y nunca encontró los espacios para sorprender. Su única posibilidad era jugar y fracasó, de principio a fin.
Su confusión le dejó a Chicago la posibilidad de fabricar los climas para resistir más de 80 minutos, prácticamente sin exigir al arquero Marcos Argüello.
A Talleres se le vino la noche demasiado rápido. Viento en contra y con la pelota picando caprichosamente, quedó cautivo de sus nervios desde que Chicago se puso 1-0 a los 13, cuando César Carranza tiró un buscapié que se desvió en Oyola y se metió.
Entonces se le perdieron los objetivos y el orden de prioridades. En la desesperación y en la improvisación, Talleres fue un equipo chiquito, entregado a la velocidad sin precisión. Dejó de pensar para dedicarse a correr. Y ahí no sorprendió a nadie.

Tres problemas
Talleres no pudo resolver los problemas que le deparó el primer tiempo: el cachetazo del gol, el viento en contra y el piso desparejo que, en función de controlar la pelota, lo obligó a gastar un tiempo extra del que nunca dispuso porque Chicago lo presionó bien. Es decir, jamás pudo hacerse fuerte para ir a buscar a un rival que se sintió cómodo retrocediendo y evitó, por lo menos, el riesgo de procurar jugar en semejante piso.
Si Cabrera hubiera acertado a los 8 minutos, cuando apareció por atrás para definir en un córner (Vega lo tapó muy bien), posiblemente la historia hubiera seguido otro curso. Pero fue Chicago el que talló el destino del juego, con la travesura de Carranza que derivó en el 1-0.
Se sabe que nada es más táctico que un gol: el partido tuvo un quiebre cuando Chicago se puso 1-0. Desde ese instante, Talleres se aceleró como si estuviera en el minuto final del partido y los espacios fueron otros, más cerrados y pendientes de los movimientos de Chicago, de su mejor organización defensiva.
A Talleres todo se le hizo cuesta arriba. Tuvo que correr riesgos y, por entrar en ese juego, Chicago acarició el 2-0, cuando Gill se equivocó al pasarle la pelota a Argüello y Carranza no pudo definir con puntería. Hubiera sido tremendo.

Culto al esfuerzo
El primer cambio que realizó Roberto Saporiti fue ubicar a Lucas Rodríguez (entró por Ruggiero) sobre la izquierda, para liberar ofensivamente a Lázaro. Talleres trató de descongestionar el medio para abrirse sobre la izquierda, con más presencia y profundidad.
Después, “el Sapo” puso a Germán Real por Espíndola (delantero por delantero) y a Damián Felicia por Bustamante, corriendo a Zárate a la derecha para que Cabrera fuera enlace. Nada funcionó. La calidad del fútbol de Talleres siguió muy por debajo de lo que necesitaba. Así y todo, a los ponchazos, se acercó y generó un puñado de chances que encendieron la esperanza, al menos de a ratos. Hubo un tiro cruzado de Leguizamón; una llegada de Real, sobre la derecha; un tiro exigido de Real, que se fue cerca; y un centro que Vega vio pasar, y Rodríguez no llegó a cabecear.
La ceremonia del final fue durísima. La gente, la misma que llenó la cancha y juró su amor por la “T”, empezó a exigirle a los jugadores que no empataran porque el 1-1 consagraba campeón a Belgrano.... Hubo aplausos para Chicago, por despecho, claro. Porque la verdad dolía y pasaba por otro lado.


Pateó la torta


La gente se preparó para una fiesta y el equipo de Saporiti nunca se dio por enterado. Jugó muy mal y perdió bien ante un Nueva Chicago más práctico, más sólido y más inteligente. Carranza hizo el gol del “Torito” que volvió a dar la vuelta en Córdoba.
DANIEL POTENZA - [email protected]

A Talleres volvieron a darle una vuelta en la cara. Y van.... Muchas... ¿Cuántas?.... Demasiadas para un equipo con tanta historia y con tanto arraigo popular. Otra vez el golpe volvió a ser muy duro. Al mentón de un público que volvió a creer, a confiar en las capacidades del plantel albiazul, potenciadas a lo largo de la semana por su entrenador que pidió a grito pelado un Chateau repleto, eufórico, exultante, motivador.
Y la gente cumplió. Vaya si lo hizo. Como en las grandes tardes. A la altura de los grandes acontecimientos. Y cómo ocurrió otras tantas veces, el destino soñado volvió a darle la espalda. Y entonces fue imposible para el hincha de Talleres, que aquellas imágenes de Independiente, de Huracán de Corrientes, de Gimnasia y Tiro no se entremezclaran para generar la misma impotencia y el mismo daño en el alma.
Pero si la fiesta estaba casi servida porque todo dependía de sí mismo y solamente faltaba un esfuerzo más, un rato más de lucidez, un cachito más de concentración y lo que era más importante la entrega absoluta para el broche final del torneo y el acceso a las finales tan deseadas... ¿Qué pasó para que resultara finalmente esquivo aquello que parecía al alcance de la mano?... Fallaron las equivalencias. Talleres no fue ni la sombra de lo que su gente imaginó y lo que puso la gente en las tribunas resultó inversamente proporcional a lo que el equipo de Marcos Saporiti puso en la cancha. Talleres fue un equipo sin alma, sin fútbol, sin repertorio, que se fue consumiendo en el caldo de su misma impotencia y terminó resignando la fiesta. La suya y especialmente la de su público, a medida que chocaba contra la estructura de Chicago sin que se le cayera ni una sola idea.
Por eso nada fue. Por eso nada de lo mucho que puso la gente, alcanzó.
Talleres no ganó sencillamente porque no se animó. No logró transmitirle nada a una hinchada que lo sostuvo hasta que pudo y hasta que el fantasma de que Belgrano se quedara con el campeonato, lo obligó a aceptar la gloria ajena y a mirar con la tristeza a cuestas como el rival de turno daba la vuelta.
Pero más allá de lo que Talleres no hizo, Nueva Chicago se terminó quedando con todo también por mérito propio, porque de los dos fue el más inteligente y el que siempre supo cómo jugar, dónde pararse y por dónde lastimar a su rival.
A todas luces, el resultado final y especialmente el desarrollo del juego indica que Saporiti no acertó en el armado del equipo albiazul. ¿Por qué? Porque se obsesionó en mantener (y morir con él) un sistema que nunca formó parte de su libreto, como la línea de tres, que dicho sea de paso no siempre otorga los mismos réditos, fundamentalmente si no se cuenta con los actores adecuados. Talleres ya había mostrado muchos problemas cuando lo atacan por las bandas con Baroni en cancha y sin él el defecto se potenció y el técnico albiazul no lo supo resolver. Motta sí lo supo y por ese sector Chicago le ganó el partido con la movilidad incontrolable de Carranza que jugando por derecha o por el otro andarivel generó los dividendos ofensivos del elenco de Mataderos. Talleres tardó un tiempo en darse cuenta por donde daba muchas ventajas y cuando lo resolvió con Lucas Rodriguez ya perdía 1-0, con todo el estadio hecho un manojo de nervios. Dentro y fuera de la cancha.
Chicago, con Higuain para el segundo toque, Carranza intratable y Simón en el medio, sostenido por un Pellerano en el medio hasta ser una de las figuras de la cancha, lo atacó, lo contuvo y le terminó ganando bien.
Mientras tanto, Talleres solamente generó el revolcón de Vega con un derechazo de Cabrera en el primer tiempo y con un cabezazo a quemarropa de Oyola en el segundo que el arquero del «Torito» tapó sobre la línea en forma milagrosa.
Los minutos finales fueron para Fellini. Talleres y toda su incapacidad para armar alguna jugada que lo pusiera a tiro del empate, más los goles celestes que llegaban desde Caballito, convirtieron el cuarto de hora final en un grotesco. El público, perdido por perdido, rogando que Talleres no empate porque con ese resultado consagraban campeón al rival de toda la vida, con lo que la frustración hubiera sido definitivamente indigerible. Así terminó la tarde en el Chateau. Con la fiesta otra vez instalada en la cabecera ajena y la mayoría como si estuviera fotografiada. Perdió Talleres. Chicago se llevó el campeonato porque en medio de una irregularidad manifiesta que caracterizó a todo el torneo, el fútbol le terminó dando la derecha a áquel que supo estar 14 partidos sin perder.
Perdió la “T”. Nada de lo que muchos pensaron que podía dar, lo supo ofrecer. Solamente sumó un punto de los últimos doce que jugó en Córdoba y así, es muy difícil ser feliz.