Por Eduardo Eschoyez. Enviado especial.
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El fútbol vive y explota en sus circunstancias. En las buenas y en las malas. En las oportunidades que parecieran estar al alcance de la mano y en los momentos en que la angustia hace eternos los segundos. Pero al final, por lo general, pasa lo que tiene que pasar. Por eso Talleres le ganó a la CAI en Comodoro Rivadavia.
El triunfo fue la consecuencia lógica y natural, a favor del que mejor hizo las cosas, más decisiones tomó, más se atrevió y más mereció. Fue por un 2-1 mínimo, injustamente estrecho si repasamos todo el partido.
La victoria llegó salpicada de angustia, con algún sufrimiento innecesario por lo que el propio Talleres dejó de hacer. O hizo con suficiencia. Tuvo las chances para cerrar el partido en el primer tiempo, cuando mejor jugó, pero se relajó. No gatilló, y eso no se hace. Después vino lo demás: los goles de Cabrera y Leguizamón, que abrieron otra historia pero también encendieron al local. No hacía falta terminar pidiendo la hora.

El cero que duele
El primer tiempo debió mostrar un pizarrón elocuente: CAI 1-Talleres 4. Fueron cinco situaciones netas. Talleres impuso sus tiempos y su manejo en el medio, y llevó el juego al campo de los chubutenses. A los 13, un cabezazo desviado de Espínola; a los 19, un remate alto de Leguizamón; a los 23, un córner que nadie empujó; a los 38, otra llegada de Leguizamón. Para los locales, a los 33, una pelota que Demaría casi sopla a la red. El cero hizo doler.
Talleres careció de la precisión para quebrar a un rival frágil, y de la voracidad para presionarlo cuando todo parecía depender de su propia decisión. Por eso, el gol de Cabrera, ya en el segundo tiempo, fue una medicina increíble. Le dio alivio a un Talleres que había apostado fuerte con el ingreso de Coria, en lugar de Bustamante.
Un ratito después, Hernán Franco entró (por Espínola) para ayudar a Ruggiero en el medio. Si Cabrera metía un tiro que pegó en un ángulo, el partido se terminaba. Pero eso no pasó, y el final llegaría con suspenso.
El local cambió asumiendo riesgos y trató de presionar a la “T” cerca de Argüello. En eso estaba cuando Leguizamón puso el 2-0, de sombrerito. Pero la CAI descontó un minuto después, y el gol de Bustos (cometió infracción en el instante previo) sometió al partido a los tironeos e indecisiones que siempre supone un 2-1.
En Talleres convivieron la seducción de asegurar el triunfo y la necesidad de evitar la derrota. Y CAI sintió que debía ir al frente, a cualquier precio. Los minutos se hicieron largos y crueles. Hasta que el final llegó, con las cosas en su debido lugar. Talleres se abrazó al triunfo satisfecho. Lo mereció, más allá de sus lagunas.