JORGE NAHUM / [email protected]

Una vez más el público futbolero de Córdoba, y otra vez el de Talleres en particular, como ocurrió en el clásico, dio una muestra cabal de madurez y corrección. Convocando una multitud el domingo, repletando el estadio de Instituto y todo en orden, en paz, pese a la atmósfera pre bélica que se percibía en el ambiente durante la semana previa.
La parcialidad albiazul copó Alta Córdoba en el buen sentido de la palabra. Cuando ganaba y soltaba a los cuatro vientos la ilusión de medio título en el bolsillo, y también en ese amargo minuto final, el de un empate que silenció a la multitud con un mazaso como de derrota. Fervorosos en el 1 a 0 o perplejos con el 1 a 1, los seguidores de Talleres pasaron por una barriada rival y hostil sin incidentes para lamentar. No fue el paso de Atila, ni mucho menos, y el pasto del Monumental albirrojo seguirá creciendo.
Vale aclararlo porque la organización del cotejo Talleres-San Martín de San Juan rondó el absurdo y dejó al borde del papelón a la clase dirigencial, tanto la deportiva como la Policial. Porque en el mamarracho de tantas idas y vueltas, cada uno contribuyó al desconcierto general. Por un lado, la conducción de Ateliers y su obstinación (¿económica?) de ser local en Alta Córdoba. Por el otro, la de Instituto mezclando los tantos y apelando a manotazos de ahogado para disimular su propio fracaso deportivo, en el intento de congraciarse en algo con su gente. Y también la Policía, por tantas ambigüedades e improligidades, para después levantar la puntería con un operativo impecable, sin fisuras.
Por fortuna para el fútbol, la gente ganó el partido en una cancha que tantos se encargaron de embarrar.