La cancha lució sus mejores galas. No hubo incidentes, demostrando que el clásico cordobés merece estar arriba.
El Estadio Córdoba fue una fiesta. Hasta el sol radiante acompañó al clásico del fútbol cordobés que convocó más 40 mil personas. El público celeste ocupó el lugar que le habían asignado varios minutos antes que el de Talleres.
El ingreso de las hinchadas resultó algo más lento que en otros encuentros y eso se debió a la gran cantidad controles, especialmente en las populares, donde se colocaron detectores de metales y se cuidó el acceso de personas alcoholizadas.
Los papelitos, las escasas bombas de estruendo que pudieron activarse dentro del estadio y el contrapunto de cantos le dieron un colorido particular.
No hubo demasiada creatividad y desde cada cabecera bajaban los tradicionales cánticos. Desde el sector sur, los de Belgrano cantaron «pecho frío, pecho frío». Lamentablemente no faltó el ingrediente discriminatorio ya que desde la popular norte, los de Talleres contestaron con «boliviano, boliviano». Es muy difícil decirle a la gente que de esa manera lo único que logra es referirse despectivamente hacia los nativos del vecino país que en gran número viven en Córdoba. Pero si alguna vez lo hizo el propio intendente Luis Juez en un medio masivo de comunicación...
En el primer tiempo la fiesta se vivió en el sector de Talleres, en especial a los 20 minutos cuando Gonzalo Bustamante se aprovechó del inocente error del arquero Germán Montoya. Eran tiempos de silencio absoluto en las gradas celestes.
En el entretiempo el público de Belgrano infló el pecho y se descargó desde el pitazo inicial del complemento. El aliento de la gente fue la música que acompañó la levantada «pirata» y en los 20 primeros minutos de ese período consiguieron revertir el resultado. Así la postal del silencio se trasladó hacia la tribuna de enfrente hasta el final del encuentro.
Mientras el público y el equipo celeste se unía en un abrazo, los simpatizantes albiazules apenas se animaban a un aplauso para sus jugadores.