Noche mágica por la presencia del 10. Detrás de los aplausos y el colorido de los fuegos para la leyenda, la realidad de un equipo que ganó y es escolta.

Última de la noche, que no fue la del 10. Penal para Talleres, el segundo y para poner el tercero, porque Dayro Moreno se perfiló como para acertar otra vez.

Diego Maradona salió del banco, se paró en el borde del perímetro en el corralito, y quizá obró en su único acto divino. El penal de Dayro se estrelló en el palo.

No alcanzó para evitar la derrota. En realidad, poco pudo el influjo de Diego. Se terminó casi con el ingreso al campo, en medio de aplausos y aclamaciones, de homenajes y fuegos de artificio.

El magnetismo de Maradona que acaparó las miradas en Córdoba desde su llegada, terminó al momento de que se inició el encuentro.

Allí se adueñó del protagonismo Talleres. Intenso, agresivo, ingobernable para la torpe y desconectada defensa de Gimnasia.

El gol llegó por decantación, porque Fragapane había avisado, y en la siguiente le sirvió el gol en bandeja a Menéndez.

Diego sentado, casi inmovil en el banco, era el reflejo del desconcierto de Gimnasia y lo poco que podía transmitir o contagiar, ante la superioridad manifiesta de Talleres.

En el entretiempo, algunas fibras íntimas removió porque el Lobo salió como una fiera herida, más todavía por el quedo de la T.

Así vino el empate, por el gigante Guanini que agrandaba la figura de Maradona ya fuera del banquillo. Era otro partido, hasta que Torsiglieri bajó a Bustos y a las ilusiones de Diego y compañía.

Dayro definió a lo Maradona para el 2-1 y las tribunas ya eran sólo para Talleres. Había pasado el tiempo de un homenaje tan justo como impactante, era el momento de llevarse el premio: ganarle al equipo de Diego (aún sin ser tan convincente) y de ubicarse como único escolta, a un punto de Boca.

Hasta Alexander Medina se llevó un trofeo, la gorra que le obsequió el astro. Terminó siendo una noche de 10 para Talleres.