SAN PABLO.- En una ciudad como San Pablo, donde todo el tiempo pasan cosas y la gente no se detiene a mirar, la fiesta de Talleres ganó un protagonismo inesperado aún varias horas antes del comienzo del partido que le dio la histórica clasificación al equipo cordobés. "¿Talleres es tan grande así?", preguntaba un taxista que pasaba por la calle Arnolfo Azevedo, a metros del estadio Pacaembú, donde cientos de hinchas de la T esperaban bajo la lluvia para intentar hacerse con una de las tres mil entradas que se pusieron a la venta para los visitantes.

Antes de llegar a la capital paulista, los hinchas argentinos con camisetas y banderas albiazules venían marcado el terreno, invadiendo las playas del litoral del estado. Cordobeses bailando cuarteto sobre la arena de Guarujá, o tomando cerveza y sacándose fotos multitudinarias en São Sebastião inundaron las redes sociales y aparecieron como dato pintoresco en los programas deportivos brasileños. La caravana de la esperanza iba tomando color, el día con el que muchos soñaron estaba llegando.

Banderazos improvisados con varias millas acumuladas. Algunos de los que quisieron ser parte del duelo decisivo en Morumbí desde las tribunas tardaron tres días para llegar a San Pablo . Desde Córdoba y otros puntos del país, un grupo decidió parar en Balneario Camboriú, en el sur brasileño, para disfrutar de las playas catarinenses. Los que pudieron, tomaron un vuelo directo con el tiempo suficiente para "invadir" paraísos más cercanos al Morumbí, como Guarujá, Maresias o São Sebastião. Otros, solo vieron el respaldo del asiento que tenían adelante y de Brasil, además del estadio, apenas conocieron un puñado de estaciones de servicio en las que se detuvo el ómnibus que los trasladaba. De cualquier forma, valió la pena. Que lo digan ellos.

Todos los recursos eran válidos para estar en un estadio legendario como el Morumbí, ante un gigante -hoy en decadencia- como San Pablo. Era el día más esperado por muchos, casi 17 años después de la primera participación de Talleres en la Copa Libertadores de 2002. Y así lo vivieron. En la ruta, en las playas, retirando las entradas en Pacaembú -donde hubo algunos incidentes- e invadiendo desde temprano las inmediaciones del Morumbí. "Traigan vino, juega Talleres", repetían miles de hinchas, saltando enloquecidos bajo la garúa que casi no cesó durante todo el miércoles, un día de gloria para el club que ocho años atrás, también un 13 de febrero, perdía ante Racing de Nueva Italia por el Torneo Federal A. Las cosas cambiaron, la pasión no.

Mientras los torcedores del Tricolor paulista llegaban sin demasiadas esperanzas tras la derrota de la ida en Córdoba y, sobre todo, tras la vergonzosa caída ante Ponte Preta, por el Torneo Paulista, los cordobeses confiaban como nunca en las piernas curtidas de Pablo Guiñazú y en el hambre de un grupo que parece decidido a fijarse en la memoria, no solo de los tres mil y pico que estuvieron en Brasil (dentro y fuera del estadio), sino también de los que defendieron cada pelota con las manos transpiradas frente al televisor, en Córdoba y otros rincones de la Argentina.

Sin apuro, los saopaulinos iban ocupando sus asientos, anhelando tiempos pasados y señalando, de tanto en tanto, al grupo de cordobeses que desde su rincón gritaba a toda garganta cuando los equipos ni siquiera habían saltado al terreno de juego para realizar el calentamiento previo.

"Nos vamos a Chile", el canto de los hinchas en el Morumbí

Fueron 45 los millones de reales (unos 450 millones de pesos) que San Pablo gastó para reforzar al plantel de cara a la presente temporada. Sin embargo, los jugadores locales fueron fantasmas que deambularon al ritmo que Talleres impuso en el partido. Uno de los equipos jugaba la Libertadores por segunda vez, el otro ya ganó tres veces el certamen continental. Quien no supiese cuál es cuál, jamás habría adivinado.

El festejo de los jugadores

La apatía del once de San Pablo se traducía en desesperación de los torcedores con el paso de los minutos. Empujaron hasta donde pudieron. Luego, se dedicaron a apuntar culpables. Por el lado de Talleres, hinchada y equipo parecían caminar juntos. Los jugadores dejaban el alma en cada jugada y los hinchas retribuían con aplausos, cantando frenéticos ante un estadio que iba enmudeciendo de a poco.

Sin pasar grandes sustos en una misión que parecía complicada, Talleres se volvió con la clasificación a Córdoba. Antes de comenzar a pensar en Palestino, de Chile, el próximo rival, hubo tiempo para festejos. La noche histórica se trasladó del Morumbí hasta Vila Madalena, el barrio donde se concentran buena parte de los bares y restaurantes de la capital paulista. Horas después, con una resaca saludable y satisfechos por los recuerdos,, los hinchas del Matador fueron abandonando San Pablo de a poco, en auto, colectivo o avión; ansiosos para volver a casa, donde deberán contar una y otra vez cómo fue vivir desde adentro la noche mágica de la T.