El jugador que más veces vistió la camiseta de Talleres cumple hoy 70 años. Maestro de profesión, llegó a Córdoba desde su Santiago natal para hacer historia grande.

El 24 de abril de 1988, Talleres visitó a River en el Monumental, en un compromiso de la 33ª fecha del Campeonato de Primera División de AFA. La crónica de aquella tarde testimonió que el Millonario ganó 1-0 con gol de Oscar Ruggeri de cabeza, a los 40m del primer tiempo, en un juego discreto y con una recaudación de 128.201 australes (17.428 dólares al cambio de la época), gracias a los 6.441 espectadores que se animaron a meter la mano en el bolsillo para abonar la entrada de un cotejo sin demasiados atractivos para los albiazules, que ya marchaban penúltimos en el certamen, pero sin apremios con los apremios del descenso. Pero no era un encuentro más.

Ese día, Luis Galván cumplía 500 presentaciones oficiales con la camiseta de Talleres, una cifra que ningún otro futbolista pudo alcanzar hasta nuestros días. Hoy, cuando el maestro santiagueño cumple 70 años, un partido de esas características sería furor en redes sociales en base al dato estadístico y con garantía de éxito financiero. Pero eran otras épocas. Los archivos, se sabe, nunca fueron el fuerte de los clubes y mucho menos de una sociedad sin memoria. Por eso el dato pasó inadvertido para todos, incluido para el propio jugador, quien luego estiró su número de presencias con la albiazul hasta 502, aventajando por 49 a su más inmediato perseguidor: Miguel Oviedo, quien alcanzó los 453.

Eran tiempos de los últimos destellos de la presidencia de Amadeo Nuccetelli, con una base de jugadores que año tras año admitía pocos retoques. Por eso no es de extrañar que en el Top 10 de los que más veces vistieron la camiseta de Talleres, siete de ellos pertenezcan a esa “generación dorada”: además de Galván y Oviedo, también están Victorio Ocaño (tercero, 377), Daniel Valencia (cuarto, 344), Luis Ludueña (quinto, 340), Ángel Bocanelli (séptimo, 300) y Oscar Quiroga (noveno, 264). Sólo representan a otros años Domingo Bertolino (defensor entre 1930 y 1945, sexto, 337), Mario Bevilacqua (delantero entre 1983 y 1994, octavo, 267) y Roberto “la Chancha” Cortez (volante entre 1960 y 1971, décimo, 263).

Un tal Pauletti

Italo Pauletti no figura en ningún registro de jugadores de Talleres. Su nombre tampoco aparece en el listado de presidentes o directivos del club. Sin embargo, su aporte fue decisivo a la causa del club: por una iniciativa suya, los albiazules “descubrieron” a quien vestiría más veces que nadie la camiseta del club y que en el pináculo de su carrera se consagraría campeón mundial representando al club en la selección argentina de César Menotti.

Luis Adolfo Galván parecía destinado a integrar esa larga legión de futbolistas con sueños de grandeza frustrados, hasta que Pauletti, un gerente del Banco Nación de la sucursal Córdoba, se atravesó firmemente en su camino. Hasta entonces, verano de 1970, este defensor santiagueño surgido en Independiente de Fernández, había buscado infructuosamente un lugar en el fútbol cordobés y preparaba su valija para regresar a su tierra natal. “Quedate Luis, Talleres es un club importante y vas a triunfar. Si no te contratan yo mismo te llevo en mi auto a Fernández”, le dijo Pauletti cuando “Lucho” se preparaba a abandonar la pensión en la que vivía.

“Todo lo que hice después en mi carrera se lo debo a él. Junto a Amadeo Nuccetelli y Miguel Ponce son las personas a las que más debo agradecer”, reconoce hoy Galván, recordando sus primeros pasos en la Docta. “Pauletti había sido presidente de Unión, el club en que estaba jugando en ese momento en Santiago, y como él se radicó en Córdoba por cuestiones laborales, me recomendó para hacer pruebas aquí”, agrega.

Y el primer intento de desembarco fue en Belgrano. En marzo de 1969, los celestes preparaban su excursión al Centenario de Montevideo como parte de la cláusula del pase de Juan Carlos Mameli a Nacional, cuando Galván llegó con todas sus ilusiones de formar parte de ese equipo que el año anterior había debutado con suceso en los Nacionales de AFA. “Estaban Reinaldi, Cuellar, Syeyyguil... era un equipazo. Yo me alojé en una pensión frente al Hospital de Clínicas junto a (Rubén) Lupo, que venía de Villa María”, recuerda el santiagueño.

El viernes 7 de marzo, Galván pisó por primera vez el césped de La Boutique... ¡con la camiseta de Belgrano! Fue en un amistoso ante Talleres, donde él formó parte del preliminar entre las reservas. Cinco días más tarde, el 12 de marzo, otra vez se presentó en barrio Jardín, esta vez como integrante del banco de suplentes de la “B”, que esa noche goleó 4-1 a Racing. “No ingresé, pero para mí ya era un triunfo haber estado allí”, explica Galván.

Después, Belgrano viajó a Uruguay y Galván se marchó a Santiago esperando que Unión acordase su pase al club de Alberdi, pero las negociaciones no prosperaron y el sueño de establecerse en Córdoba quedó para mejor ocasión.

Al año siguiente, Pauletti volvió a insistir para que realice otra prueba, esta vez en Instituto: “Fui con un lateral izquierdo de apellido Vega, pero no fue una feliz idea. Instituto era un caos, una desorganización extrema y el técnico, Augusto Fumero, ni siquiera nos probó”.

Villa Azalais, recién ascendido a Primera, fue la siguiente escala. “Estuve una semana, en una pensión que pagaba la directiva del club. Pero a los pocos días se sinceraron conmigo: ‘Mire Galván, nosotros no tenemos recursos para hacer frente a su pase, al contrato, ni a la pensión’. Ya tenía decidido volverme a Santiago, me acuerdo que hasta ya había ordenado todo en una valijita cuadrada de cuero cuando apareció Pauletti y me insistió en que me quedara unos días más para probarme en Talleres”.

Por fin Talleres

La “T”, conducida por Miguel Ponce, le brindó la oportunidad largamente anhelada. Tras jugar en la reserva con apellido cambiado –su pase aún no estaba concretado– el 19 de abril de 1970 se puso la “6” ante Peñarol, en partido de la quinta fecha del Torneo Clasificación disputado en “el Trampero” de Argüello. El titular, Carlos Alfredo Griguol, se había negado a jugar por diferencias en su contrato y así el equipo salió a la cancha con José Gómez; Carlos Deluca, Antonio Del Río, Luis Galván y Abel Montoya; Eladio Rodríguez, Roberto Cortez y Hugo Rivarola; Miguel Frullingui, Juan Carlos Rico y Humberto Taborda.

No fue el mejor debut: a los 39 minutos del primer tiempo, mientras formaba la barrera en un tiro libre a favor del local, un violentísimo remate de Carlos Ramos le impactó en la pera y lo obligó a abandonar el campo de juego, siendo reemplazado por Jorge Sofraniciuk. “Después del pelotazo, caminé 15 metros y me caí. Me asistieron, me preguntaron un par de cosas que no supe responder y entonces ordenaron el cambio”, cuenta sobre aquel incidente. El cotejo finalizó empatado sin goles.

Ese mismo año, Talleres ganó el derecho de jugar el Nacional y Galván se sentía en la gloria: “Imaginate lo que fue para mí pasar de las canchitas de Santiago a jugar contra los grandes de Buenos Aires. Debutamos ganándole a Racing de Avellaneda (2-1) y dos fechas después vencimos también a San Lorenzo (3-2). Lo malo era que había que viajar mucho en avión, algo que le tenía un miedo bárbaro”.

Pero el lujo y el confort escaseó en los primeros pasos de Galván en Talleres. “A partir de mi debut –recuerda– (Miguel) Ponce no me sacó nunca más. Me consiguieron una casa en la calle Olimpia, a tres cuadras de la cancha, y allí fui a vivir junto a (César) Bartolomei, que venía de Villa Dolores. Eran tiempos difíciles, no teníamos sueldo fijo y sólo cobrábamos por punto ganado. En 1973 vi un aviso en el diario para un empleo en la Fiat y no dudé. Fui bien temprano, hice una larga cola y me tomaron porque tenía el título de maestro que me ayudó bastante”.

Con la llegada de Amadeo Nuccetelli a la presidencia, la suerte de Galván y sus compañeros tuvo un cambio radical. “Con ‘el Pelado’ empezamos a ver recibos de sueldo, aportes jubilatorios y a tener estructura de futbolistas profesionales en serio”, confiesa sin ocultar su admiración y agradecimiento al reconocido mandamás.

Después llegó la parte más conocida de Galván: fue pilar defensivo del Talleres que fue sensación nacional, lo que le allanó el camino para llegar a la selección nacional y consagrarse campeón mundial en 1978. Se mantuvo en su puesto, con algunas interrupciones derivadas de algunas desavenencias con la dirigencia, hasta el 8 de mayo de 1988, cuando bajó la persiana después de una derrota 3-1 ante Vélez, en Liniers. Tenía 40 años y un palmarés inmenso del cual presumir.