Roberto Saporiti, tan ligado a la T, tuvo al Zorro como PF. Y lo presentó con Jesús Martínez para el proyecto Pachuca. “Llevará a Talleres a ser uno de los mejores”, afirmó.

Hoy se encaramó en la cúspide. Campeón en Córdoba y en México casi en simultáneo, dos ascensos en siete meses con Talleres, y el retorno a Primera después de un calvario de 12 años. Sí, puede decirse que Andrés Fassi está en la cúspide.

A sus 24 años, cuando se inició como Preparador Físico y tenía toda su carrera por delante, quien le abrió las puertas a Fassi fue Roberto Saporiti, para el puntapié inicial que lo conduciría a la cumbre. Un Saporiti que es nombre propio en Talleres por tantos vaivenes y por ser protagonista de ciclos agridulces. El Sapo ahora puede exclamar que se siente feliz por la T, uno de sus amores, y también por Fassi, su amigo.

“A Andrés lo conocí allá por 1989. Ya había sido PF de la Pepona Reinaldi y me lo recomendaron. Me pareció muy joven, pero lo incorporé al cuerpo técnico y en 1991 nos fuimos a México, a los Rayos de Necaxa”, se remontó en el tiempo Saporiti. Y ya en México también resultó determinante para el click en la vida de Fassi: su llegada a Pachuca.

“Yo me había hecho amigo de Jesús Martínez, que era fanático del Necaxa. Cuando iba a visitarlo paraba en su casa con mis hijas. Y se lo presenté a Andrés. Congeniaron rápido, recuerdo que jugaban al paddle. En 1995 Andrés convenció a Jesús con el proyecto y en 22 años de gestión lograron todo con el Pachuca. No conozco ninguna institución con tanto crecimiento. El estadio era, y lo digo con todo respeto, como el de Peñarol de Argüello. Y hoy tiene capacidad para 50 mil personas, con tres anillos de palco. Más la Universidad del Fútbol, más el Museo… Por eso estoy convencido de que Fassi llevará a Talleres a ser uno de los mejores clubes del país, por infraestructura y poderío”. Extrae sangre azul de su brazo y lo firma. A lo Saporiti.

SIEMPRE TALLERES. Desde aquella mítica final con Independiente, que de ser un fiesta para Córdoba se transformó en una pesadilla que aún perdura, los caminos de Saporiti siempre condujeron a barrio Jardín. Sufrió estos últimos años como el “pueblo tallarín”, como le gusta denominar a los hinchas albiazules.

“Este ascenso es un premio para la gente, por bancar tantos años al club, sosteniendo a Talleres con su presencia. El ascenso es muy bueno para el fútbol argentino, porque Talleres es un grande comparado con cualquiera”, aseguró el Sapo.

Siempre tiene presente a Amadeo Nucettelli. Y mira a Fassi como a un continuador para tomar la posta. “A Andrés lo veo seguido, conozco hacia donde va. Sabe que no se puede insertar al club en el fútbol moderno desde el amateurismo, con una visión de hace 50 años. Hay que renovar todo desde las fuentes porque así no va más. Los clubes no se pueden manejar desde un café”, analizó.

“Seguí la Asamblea, como lo hice con el equipo durante el torneo. No me sorprendió la reacción de Andrés, es pasional y va a defender con todo su proyecto porque está convencido de que es la salida para el fútbol argentino. Lo de Amadeo en su momento fue una revolución y hoy hay que aggiornarse. Andrés está actualizado, cuenta con juventud y conocimiento para hacer más grande a un gigante como Talleres”, puntualizó el Sapo.

¿Su amistad con el Zorro propiciará otro retorno? “Sabe donde estoy trabajando. En UAI Urquiza (B Metropolitana) hay un proyecto pensado para los próximos 25 años y ahora estoy metido acá. Pero a Córdoba le tengo un cariño muy especial y a Talleres, más todavía”.

Un gran campeón. A los 77 años, agudizó su visión de DT y radiografió al Talleres campeón. “El equipo fue paciente y manejó los tiempos del torneo. Contra Boca Unidos fue su mejor partido. Contó con un Herrera con personalidad para reemplazar a Caranta, un Solis desequilibrante, un Klusener que encontró su lugar en el mundo y un Guiñazú que conmueve por todo lo que transmite”, resumió.