El Matador paró al Huracán “revolucionario” y empataron 0-0 en el Kempes. El Globo perdió una gran chance por el ascenso y la T le dio un manón a Instituto. Descenso con la frente en alto.

El día después del descenso no fue la tormenta que muchos esperaron. No fue el tsunami de más malaria por encima de la malaria ya acarreada. No hubo cuerpos flotando en el río de la congoja. Talleres sólo se pareció a ese Talleres que ya muchos vivieron. Y cuando todo se ha ido a los caños, aún hay un brote germinando en alguna rendija para salir a florecer.

Los disturbios que llegarían no llegaron. La “entrega” de los puntos, mucho menos. Talleres fue digno en sus penas. Tuvo honorabilidad y terminó con ese atisbo de un cachito de gloria. De hacerse grande ante la espantosa y cruel realidad. Talleres salió a jugar ante el “Huracán del ascenso” con la hidalguía que se espera más allá de ser un “descendido” antes de tiempo.

Aunque fue un empate 0-0 con el Globito, la T lo hizo con la altura que pocos imaginaron. Porque no sólo se trataba de la capacidad, sino de la actitud. De tenerlas bien puestas para bancarse la situación. Y de alimentar un poquito el complejo “vita-anímico” de la moral. Y la tuvo, en raciones casi impensadas. Podrá reprochársele a los jugadores que “ahora se acordaron de jugar”. O podrá decírseles que “sin presión juega cualquiera”. Pero había que jugar. Y meterle el pecho a la situación. Y hasta los más hostigados (como Avendaño o Fredrich) estuvieron y pusieron la cara más allá de no ser convocados. Pero en la tribuna había que decir presente también. A duras penas, los hinchas bordearon el número de 9 mil matadores presentes. Sí, en un lunes pleno laboral, a las 16. Y allí estuvieron los que fueron capaces de apagar algunas penas. Cantando. Metiéndole como lo hicieron dentro del campo de juego. Y que el orgullo herido aún en alto, pondría en la boca de todos el “volveremos”. Aún lejos deben estar los hinchas del injustificable “bolivianos-bolivianos”.

La tangente del aliento se roza con el sentido de pertenencia a una institución que ha dado de todo en la historia y que aún está acá, parada a los tumbos, casi noqueada por tanto dolor, pero de pie. Así debe ser. El equipo le hizo partido a este Huracán que parecía un “canto” al fútbol con un Frank Kudelka que le había encontrado un sentido “sinfónico” a este estilo. Pero no, el Globo demostró que sólo escaló de menor a mayor (meritorio igual) y se apagó como una brasa leve en el Kempes. Ante ese Talleres “descendido”. Allí, donde se decía que había “entrega”, que algunos llamaban “hay que perder, para que no le demos una mano a Instituto”. Chiquitaje al margen en algunos pensamientos, la idea primaria del hincha de verdad, del que ama a los colores por sobre todas las cosas, y del equipo con este Vitrola en el banco, era al menos hacer un partido bueno. Ser digno e hidalgo en el peor de los estados.

Talleres logró al fin jugar mucho mejor que lo que se conoce, a sabiendas de que en los desagües no le queda nada de contención. Que se secó nomás y que todo se escapó. Que habrá que pensar en lo que viene. Que no tendrá más justificativos cantarle a los otros que no sea a sí mismos. Como lo hicieron en la mayoría del partido. Valen los enojos con algunos jugadores. Pero mucho más el reconocimiento al esfuerzo de muchos de sus jugadores que ayer hicieron un poco de honor a los colores. Al fútbol mismo. Que tuvieron los cojones para bancarse la parada. Para esperar todo desde afuera, que se vinieran nomás. Pero no, el peor de los escarmientos está pasando. Talleres tuvo honor y un cacho de gloria. Por eso también festejaron en Alta Córdoba. Con la frente en alto. Así sí que vale la pena irse.