Estuvo 13 años mudo por un cáncer en la garganta. El día que pudo volver a hablar, gritó un gol de Talleres ante los doctores del Hospital de Clínicas. La historia de Oscar López, un hincha de la T. Y de la vida.

Oscar López está por hablar después de 13 años. Será ahora. Ya ingresó al consultorio del Hospital de Clínicas donde lo esperan los doctores. Lo hacen pasar y se sienta en esa fría camilla. “Don López, hemos esperado este momento, pero tómese todo con calma”, le dice el doctor Diego Clavero, quien comenzó a atenderlo en 2011, luego de que Oscar deambulara por muchas clínicas sin encontrar solución. Ahora, mira al doctor Clavero como miran los que hablan con los ojos.

Las pupilas se abren. Los ojos, gordos e hinchados, quieren salir de su cara. Es que el viejito flaco de lentes cuadrados y pelo negro va a hablar. Y ellos serán testigos. Todos lo saben en el servicio de ORL y Cirugía de Cabeza y Cuello del Clínicas.

Don López tiene 68 años. Y es ya mismo cuando el doctor Clavero, quien lo acompañó en todo este camino de silencio junto a los médicos residentes Eugenio Del Bianco y Gustavo Rivas Jordán, lo invitarán a hablar. El doctor Clavero activa la válvula fonatoria en su tráquea.

–Dale, Oscar. Probala. Decí algo–le pide.

Oscar toma aire. Apoya un dedo en la válvula. El aire pasa velozmente a su esófago. Ahora sí, finalmente, Don López va a hablar.

–Goooool de Talleres–grita con todas sus fuerzas, aunque su alarido sea apenas audible. Un susurro brumoso. Espeso. Pero que lo alivia. Lo sana.

Nadie se explica por qué un hombre que pasó 13 años sin hablar, cuando pudo hacerlo, gritó un gol de Talleres.

En esa habitación de paredes blancas del Clínicas todos lloran y ríen en partes iguales.

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Don López habló por primera vez dos veces en su vida. Una fue, como todo niño, cerca de su primer año. La segunda, fue a los 68. En el medio, hubo una vida. Y una enfermedad terminal que se la quiso arrebatar.

“Esta es una enfermedad de fumadores. Pero yo nunca fumé. Fui un fumador pasivo, porque era marinero y en los viajes todos fumaban”, cuenta, con la dificultad del caso. Sintiendo cada letra y pesando cada gramo de aire que recorre su cuerpo. Esforzándose al máximo, para sacar ese hilito de palabras con una voz cavernosa y rota. Que surgen lentas, pausadas. Pero si se mira con atención sus labios y sus gestos, podrá comprenderse.

Recién se dio cuenta que algo raro le pasaba a su garganta una mañana de 1999. Oscar iba en su bicicleta a la obra en construcción en la que trabajaba y con la que se sostenía la familia que formó junto a Francisca, y de la que parieron cuatro hijos: Oscar, Daniel, Daniela y Elena.

Esa mañana descubrió que tenía algo extraño en la traquea. “Estaba ronco, se me cortaba la voz. Ese día sentí una molestia. Y decidí ir a hacerme ver al Hospital Córdoba”.

Después de muchas consultas, supo que lo suyo era un cáncer. Que debían operarlo. Y que las opciones eran perder su voz o perder la vida. Eligió la primera. Oscar fue operado el 27 de marzo del 2000 en el Hospital Córdoba. Le hicieron una laringectomía: le extrajeron la laringe (donde se alojaba el tumor) y le practicaron una traqueostomía (incisión en la tráquea) para que pueda respirar.

Se quedó mudo. A pesar de semejante cirugía y de las secuelas, salvó su vida y eliminó el cáncer. “Con el tiempo, como la mayoría de los laringectomizados, aprenden a ‘hablar’ metiendo aire en el estómago y lo largan como cuando somos chicos y jugamos a eructar. Ellos adquieren bastante habilidad y se les entiende bastante bien si se les presta atención y se les mira los labios”, cuenta Eugenio Del Bianco, médico del Hospital de Clínica, quien siguió de cerca el caso y ha formado toda una relación de amistad que va más allá del trato común paciente/doctor.

Y agrega: “Hace unas semanas y después de una gran lucha por parte de él y del doctor Diego Clavero se logró que la obra social Pami le consiguiera una válvula fonatoria. Es un dispositivo que se coloca en la tráquea justo donde tiene el orificio de la traqueostomía y que se comunica con el esófago permitiendo, al poner un dedo en el orificio, hacer pasar el aire del pulmón al estomago. Y, así, poder largar aire con mayor potencia del estómago a la boca, por lo que sus palabras son más fuertes y claras... Lo operamos hace poquito y le colocamos la válvula; unos días después llegó el momento de probarla”.

Le colocaron la válvula el 30 de abril de este año. “Antes de la válvula, me quisieron enseñar a hablar en distintos lugares y no hubo forma. Me enteré de que existía esa válvula que me podía ayudar a volver a hablar, pero en Córdoba nadie sabía colocarla. Y terminé en el Hospital de Clínicas por una recomendación”, relata Oscar. Tuvo que luchar mucho y visitar la sede del Pami muy seguido. Y, aún mudo, se hacía entender. “Hacía lío cuando no podía hablar, imaginate ahora”, cuenta. “Se me traba un poco, pero ando muy bien. Me hago entender perfecto. Cada día estoy mejor”.

En el medio, quedaron 13 años de silencio en los que siempre andaba con un talonario de papeles en la mano y una birome. Así, lograba comunicarse con su entorno. Y también afuera.

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Oscar fue hincha de Talleres desde niño. “Yo lo vi debutar a Willington, vi jugar a la Wanora Romero. Era otro fútbol. Se disfrutaba”. Aunque por el cáncer y la operación de su garganta decidió eliminar de su vida ese ritual de ir a ver a Talleres. “No se podía ir así”, dice, mientras pone el dedo pulgar de la mano izquierda en su traquea. En el cuello lleva un pañuelo de lana blanco, que oculta la operación.

En su juventud, intentó ser jugador y fichó en Libertad. Aunque reconoce que no le sobraba habilidad, se las ingeniaba para jugar de centrojás (así se denominaba antiguamente al volante central). “Yo jugaba de centrojás... De-jás que jueguen los otros (se ríe para adentro). Siempre me gustó el futbol, desde los 8 años que soy de Talleres”.

Recién volvió a pisar un estadio el pasado 16 de junio, junto a su hijo Daniel y su nieto Iván. Fue por los octavos de final de Copa Argentina. La T enfrentaba a Newell´s, el mejor equipo del país en Chaco. Hasta allá fue Oscar, días después de recuperar el habla. El único gol del partido fue de Talleres. Y lo marcó Gastón Bottino, de cabeza, a los 30 minutos del primer tiempo. “Lo grité con locura. Nos abrazamos y saltamos. Fue espectacular”, recuerda. Al regresar a Córdoba y en el próximo control, los doctores notaron que la válvula de la garganta de Don López se había aflojado. Situación esperable y muy común por cómo se adapta al cuerpo a la válvula y se resuelve de forma sencilla: colocando una nueva sin necesidad de cirugía, de otra medida para que no se escape el aire. Pero tras darle vueltas y vueltas, Don López terminó confesando lentamente: “Creo que se aflojó gritando el gol de Bottino, doctor”.

“La única vez que fui a la cancha después de la operación ganó Talleres, así que voy a tener que volver ahora que andamos más o menos. Debo ser yo que traigo suerte. No iba a la cancha porque no podía gritar. Ahora voy a empezar a ir de nuevo”.

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Alberdi hierve apenas arranca septiembre. Todos se mueven velozmente por el barrio. Salvo en la calle Santa Rosa al 1500. Hay tres taxis que esperan frente al Hospital de Clínicas, gente que entra y sale apoyada en bastones. Al frente, una farmacia y una óptica. Todo es lento ahí. El tiempo transcurre como todo lo que transcurre en la tercera edad: sin pasar. Afuera hace calor, pero adentro del Clínicas siempre hace frío. Hay que caminar por un largo pasillo, doblar a la derecha y encontrarse con las escaleras. Dos pisos más arriba funciona el servicio ORL y Cirugía de Cabeza y Cuello.

“Vengan, sigan por acá”, invita el doctor Del Bianco. “Antes, el servicio de Cirugía de Cabeza y Cuello funcionaba en todo este piso. Ahora es apenas este sector, la mitad. Igualmente, siempre hay mucha gente”, agrega. Sentado y solo en el fondo del pasillo espera Oscar. Da la mano firme. Como todo aquel que ha luchado para contarla. “Le digo a los que padecen esto que hay que pelearla. Porque se puede volver a hablar”.

En una bolsa blanca trae la camiseta de Talleres marca Umbro que luego se colocará para la foto. Su historia se resume en esos colores.

Es que Don López, la primera vez que habló, no pudo elegir qué decir. La segunda, sí: gritar un gol de la T. “Lo tenía guardado por todos esos años sin poder hablar. Yo a Talleres lo llevo adentro. Por eso lo grité. Como pude. Estaba oprimido el grito de gol ahí adentro... Y salió”.