La T volvió a latir fuerte en la ciudad. El plantel se entrenó, mientras los festejos seguían.

A las 10 y media de la mañana en la ciudad de Córdoba, del día después de tanta felicidad, un grupito de jugadores comienzan a trotar en barrio Jardín. Algunos ojerones bárbaros. Está bien hoy, está bien. Mientras, dos negros en moto, bambolean con la bandera colgando por la circunvalación. Del otro lado, como yendo para el lado del Kempes, en un patio largo y lleno de papeles blancos y azules, aún están cuatro guasos sentados, de brazos cruzados.

Se cagan de risa. Un pedazo de vacío petrificado por el rocío se transformó en un fiambre de desayuno. “Para volverrrrrrrrr...”, sale del pastoso bafle aún en estado de gracia con la Mona con voz criminal. El viaje al centro de la T aún no ha terminado. No todos han vuelto de la vuelta, algunos se dan el lujo del gozo del día después: “¿La obra? Naaaa, ya le dije al trompa que voy el miércoles”. Y no se han bajado de esta locura. El bondi que dio la vuelta olímpica, el que pasó por el Patio Olmos y el que desconcentró a la madrugada a los muchachos, derivaron aún en un acopio de tetras. De botellas cortadas a la mitad. De pedazos de asado esparcidos por las tablas.

Mientras, la doñitas (con cara de Belgrano) pasan con las bolsas de las compras camino a la despensa, mirando de reojo, con la pera apuntando al sudeste. “Tíaaaaaa, asendió Taere tíaaaa”, se mezcla el grito con los alaridos de Jiménez.

Mientras, en la Boutique, Klusener corre al lado de Carabajal, aflojando los músculos. Se ríe el Negro Villa que aún trota mirando al cielo, agradecido.

Los restos de la noche están en la cabeza y en el corazón. Están en el recuerdo de todos aquellos que se quedaron detrás de la compu “tuiteando” y matándose en la web. Está en cada uno de esos que llegaron a la casa y agarraron la máquina de cortar el pelo y se raparon. Están ahí en la oficina ahora, caminando con el culo parado, sacando pecho como gallitos y contando al lado del expendedor de agua, bien en voz alta con el teléfono en la oreja, haciendo notar bien al que está del otro lado de la línea: –¿Ah? Sí, tranquilo. No, no sabés... claro, claro. No, no hemos ganado nada, tranquilooo, pero sí. ¡Sí! No sabés lo que fue eso! Me subí al bondi, porque un amigo mío lo conoce a Requena. Sí, no sabés cómo se veía de ahí...

Claro, el tipo corta, se sienta en su compu, deja el celu al lado del teclado, como si nada hubiera pasado y mete un sorbo de agua mirando al monitor. Los demás, claro, lo miran, esperando que diga algo. Pero nadie dice nada. “Estos la tienen adentro, ja!”, piensa. Se ríe, mientras esconde la ventana de YouTube detrás de la hoja de cálculo. Ahí está el gol de Velasco. Play, Bottino desborda. Pausa. Velasco de espaldas al arco. Play. Bottino da el pase. Pausa. ¿A ver el taco? Play, tacazo. Pausa. La pelota entra. Flechita al circulito y a empezar de nuevo el video del gol. Y lo tiene ahí, todo el día. Sonriendo para sus adentros. Y ahora deja que suene el celular, estrenando el ringtone con la voz explotando del Mati Barzola: “Ascendió Talleres, ascendió la T carajo, es una locura...”. –¿Hola? sí quién habla...

No te aguantan, papá. No se la bancan. La vuelta al mundo en 90 minutos terminó con este viaje al centro de la T en el día después.

El plantel trabajando, como si nada hubiera pasado, porque hay que seguir jugando. “La pasamos bárbaro, estamos contentísimos, pero tenemos un partido por jugar. Ya está. Hay cosas por seguir jugando”, dice Cacho Sialle con esa cara de Clint Eastwood.

Y en aquel patio, los grones bajo el árbol, repiqueteando las últimas carnes y salando las próximas.

Uno de los cuatro es rockeraso. Y les explica a los demás cómo es la canción del disco Hacelo Por Mí de Attaque 77: “Podrán pasar mil años, verás muchos caer, pero si nos juntamos no nos van a detener...”.

Algo de eso ha sido este andar en el Argentino A. Sí, claro, te queda un partidito. El otro domingo, contra Santamarina. ¡El último! Será el partido que más vas a disfrutar en la historia de este Talleres que ya no vive sus tiempos percudidos, apolillado como un saco viejo, abandonado en el baúl de la tristeza. Este Talleres está dispuesto a gozar como antenoche, a subirse a ese bondi sin techo, porque ya todos sueñan que esta nueva vida, esta nueva oportunidad puede no tener techo. Un gran comienzo.

Mientras, las brasas hacen un juego de chasquidos. Las carnes se tuercen en las parrillas, los tragos se mezclan en los buches. El viaje al centro de la T ha cambiado todo, pero para eso también tendrán que cambiar otras cosas más. Por ahora es gozarlo por un rato. Después, a laburar. Y mucho.