En el mundo de Talleres, la ambivalencia, las dicotomías y los supuestos reinan. Las excusas, las soluciones y las posibles fórmulas del éxito, también. La realidad indica que en el ingrato Argentino A, no hay receta eficaz que garantice el ascenso más que jugar partido a partido, recorrer kilómetro a kilómetro esas distancias extensas, soportar esos viajes eternos, campos de juegos reducidos, alambrados y tribunas precarias y vestuarios con poca hospitalidad. No hay atajos. De nada sirve recolectar puntos y lograr regularidad para clasificar de antemano, con antelación, si en la etapa crucial, llámese nonagonal, pentagonal o cuadrangular, no se pueden convalidar los pergaminos obtenidos en buena ley. Aunque puede ser el camino, el principio de un proyecto que plasmarlo en el primer intento, será casi una lotería.

Pero, ¿cómo se le explica al hincha que a veces es mejor consolidar una base y una estructura para después cosechar los frutos, con la intolerancia, la desesperación y la ansiedad que domina en las tribunas? En el fútbol de hoy, está demostrado que los proyectos no tienen lugar. Y menos a largo plazo. El proyecto se convalida y está en riesgo domingo a domingo, partido a partido, y nada puede afianzar a un modelo sin la amenaza permanente de suprimir al técnico y su estilo pregonado. El ejemplo más claro es el célebre Héctor Arzubialde, quien quedó en los registros por ser despedido con su equipo puntero. No fue suficiente para el convulsionado clima albiazul.

Las lesiones, el cambio de escenario, la falta de jugadores de jerarquía, el formato del torneo, la fortuna y otros factores son muchos de los tantos pretextos que se analizan en ese laboratorio permanente que es barrio Jardín. Donde todos dicen ser científicos y conocer la fórmula secreta, la piedra filosofal que garantiza el ascenso. Y en ese disenso, lejos de aunar criterios, asoman rispideces que terminaron alterando la convivencia (¿será cierto que al directivo Ernesto Salum le ofrecieron que retire su dinero invertido a cambio de que abandone la sociedad?).

Así está Talleres. En el diván. En crisis. Peleado con su historia. Y sin aceptar su condición de equipo de Tercera categoría, siendo quizás el remedio más inmediato que debe consumir para curar la epidemia de soberbia que lo afecta y empezar a entender cómo se sale de este laberinto llamado Argentino A.