Crivelli. El arquero tuvo una tapada impresionante y así aseguró el 0-0 con Juventud (SL). Después de tres juegos, la “T” no recibió goles.

El empate de ayer en San Luis no fue suficiente para Talleres, pero al menos le alcanzó para que salir del ojo de la tormenta no le resulte tan traumático. En el fútbol no se pueden realizar milagros en un día. O en sólo cuatro, que fueron los trabajados por Gustavo Coleoni desde que asumió al frente del plantel, el pasado martes, en medio de un vendaval que terminó con la gestión de Héctor Arzubialde al frente del equipo y de Héctor Chazarreta en su interinato.

A ese equipo que, diezmado por las bajas y suspensiones e inserto en un bajón futbolístico colectivo e individual que lo condenó a perder cuatro de sus últimos cinco partidos y la punta del torneo, no se le podía pedir más de lo que mostró ayer, que en su situación fue, visto con optimismo, bastante digno y más aproximado a lo que supo exhibir en este mismo torneo.

Que Juventud Unida no le haya convertido y se haya mostrado más seguro atrás, es saludable. Como así también haberse parado unos metros más adelante, presionado en todos los sectores y recuperado algo del fútbol asociado que extravió.

Un par de jugadas sirvieron como botón de la muestra. Una (PT, 30m), tras un tiro libre que encontró a Anívole sorprendiendo en proyección por la izquierda y cuyo centro no terminó por milímetros en un gol de Cosaro. Y la otra (ST, 13m) cuando González Barón estrelló un remate en el horizontal de Brasca, después de una avivada de Zárate y un fuera de juego mal tirado de la defensa auriazul.

Pero este análisis hubiera quedado en la nada, si es que Federico Crivelli no se estiraba para salvar increíblemente la caída de su valla a poco del final. El “Fede” como ante Desamparados, su último gran partido, mostró una de esas atajadas “salvapartidos” y así logró que el equipo mantuviera el cero después de tres partidos.

Falta de gol. Pero, en contrapartida, Talleres aún no pudo superar uno de sus principales déficits: desde el triunfo frente a Maipú de Mendoza 2 a 0, por la 20ª fecha, no convierte goles. Ya son cuatro los partidos con la pólvora mojada, una circunstancia que no sólo puede atribuirse a sus delanteros (Sacripanti, Riaño, Aranda y Solferino), si no también a todos sus otros jugadores que también “mojaban” seguido, en cualquier puesto, excepto Crivelli.

De aquel “Polifemo”, personaje de la mitología griega, que se comía crudos a los chicos y atemorizaba por su poderío goleador, sólo quedan recuerdos gratos. Riaño y Aranda están bajos, Sacripanti elevó un poco su nivel, Solferino viene sin jugar y al pibe Hong no se le puede cargar la responsabilidad de ofrecer las soluciones que sus pares más curtidos no pueden dar.

Podrán argumentar que no hubo quien les diera una masita y no un adoquín como pases, pero no puede caérsele sólo a Agustín Díaz como el responsable de esa circunstancia. Cuando un equipo cae en el bajón en el que está Talleres, lo hace en todas sus líneas. Ayer Talleres no perdió y mejoró. Sirve, pero no le alcanza para disipar el temor instalado en sus hinchas. La clasificación al reducido no está asegurada y se complicará si el miércoles si no le gana a Desamparados, el que hoy lo puede alcanzar.