Día a Día en la intimidad del delantero de Talleres. Su abuelo jugó en la T. Su padre lo dirigió. Sueña con ser el goleador en el club.

Tantas veces se quiso explicar cómo es aquello de llevar los colores en la sangre. Tantas veces se buscó escribir esmeradas definiciones sobre la manera en la que la pasión recorre las venas. Y, pasado el tiempo, quizá sea preferible dejar que hable la historia, el pasado mismo. Y, desde un rincón, aceptar que la vida es un guión sin principio ni final, que sólo merece ser contemplado.

Llueve en Córdoba y en barrio Las Palmas. La puerta de madera se abre, y al instante, el resplandor de unos trofeos ilumina la escena. Claudio Riaño es el anfitrión de Día a Día. Tiene la sonrisa ancha y le brillan los ojos. Está feliz por su presente en Talleres que, de yapa, vino con gol convertido el último domingo, a Deportivo Maipú. El público lo despidió con aplausos y el chico, de 22 años, está chocho.

“La verdad que es un momento muy lindo que a uno le toca vivir. Igual, hay que estar tranquilo porque esto es largo y uno tiene mucho por aprender”, comenta abriendo sus redondeados ojos claros. “Lo de la gente es increíble, emociona. Además, al ser hincha de Talleres tiene otro gustito”, agrega distendido mientras unos diarios están desparramados en la mesa de vidrio.

Sin embargo, detrás de todo futbolista hay una vida que va más allá. De pronto, la puerta de ingreso cruje. Una llave silba. Aparecen en escena Carlos, su papá, y Leonor, esa mamá que es “una masa”. Entonces, en una ráfaga, los tres viajan al pasado, a esa nostalgia que reposa en las amarillentas fotos de cuando jugaba en el Santo Tomás. Y es allí donde la historia, en la voz agrietada de su padre, maneja los tiempos y silencios. “Es algo increíble. Mi padre, Afelio Riaño, jugó en Talleres. Cuando yo lo llevé a Claudio a la Boutique, Paco Cabasés me comentó que había jugado con mi padre”, devela el papi del joven delantero de la T. “A mí no me había dejado jugar, quería que estudiara”, reseña.

De pibe. La sangre de los Riaño siempre los mantuvo bien cerquita del fútbol. Andaba el Claudito por los 12, cuando su propio padre fue el técnico de la LIFI en el Colegio Santo Tomás. “También estaba Pepe Brasca (progenitor de Valentín Brasca, que jugó en el Matador). Igual, cuando me tenía que sacar no dudaba”, confiesa entre risas el autor del segundo tanto a Maipú. Y ahí nomás tira: “Si tuviera que rotular a mi viejo como técnico, diría que tiene un estilo a lo Bielsa, medio obsesivo aunque creo que es sólo conmigo de esa forma. Él me conoce mejor que nadie, cada uno de mis movimientos y es el crítico número uno que tengo. Además, el fue arquero y defensor, aunque nunca lo vi defender”, expresa Claudio con picardía, la misma que usa para encarar defensores. “Mi viejo junto con mi familia son fundamentales. Siempre me apoyan y me ayudan a tener los pies sobre la tierra. Hoy salís en todos los diarios y mañana te matan”, reflexiona lúcido y en su discurso no deja de mencionar a sus hermanos.

“Tengo los mejores recuerdos”, dice ahora con la voz entrecortada. Mira las fotos opacas de cuando era niño y lanza: “Jodía al costado de la cancha cuando ellos jugaban. Me metía a patear. Ellos también jugaron al fútbol. Carlos (28) y Alejandro (25) jugaban muy bien. Carlos era delantero y un poco me incliné a jugar arriba por él. Por que también le hacía al arco”, admite el punta que convenció a Arzubialde.

“Ellos me dijeron que no aflojara. Algunas lesiones los dejaron afuera del fútbol y me decían que tenía condiciones. No sentí presión pero querían que yo abriera los ojos”, alude Claudio y un nítido silencio se adueña de la escena. “Capaz, ahora que me pongo a pensar, soy un poco de todo lo que ellos no pudieron ser. A su vez, soy lo que elegí para mi vida”, sostiene ensimismado, con la certeza del descubrimiento más profundo.

La gran decisión. La vida profesional de Claudio Riaño tardó en llegar. “Estudiaba administración de empresas en la Universidad Católica. Me iba bien y entrenaba en Lasallano. No sentía que podía tomarlo como profesional, aunque siempre me cuidé mucho”. ¿Y que pasó? “Una tarde le dije: vieja, quiero probar. Me gusta, si me va mal, sigo estudiando, pero voy a intentarlo”, recuerda el ex Racing.

“Hice el clic en un partido con Lasallano. Meto 4 goles, venía de no entrenar en semanas. La cosa es que entré y la emboqué y después vino todo rápido”, dice. Y no hay duda que el pasado de su historia, la de su abuelo y su padre, lo lleva al futuro.