La T gritó campeón. El equipo albiazul venció 1-0 a Racing en el Estadio Córdoba y se quedó con el torneo de invierno y con toda la ilusión.

Fue la primavera en el invierno, pero de esa que asoma recién. Porque para las flores todavía falta. Sin embargo, con el brillo de sus brotes iniciales, Talleres coronó una temporada de esas que hacen que la ilusión aflore otra vez. Porque es el penar que los tiene a mal traer a los hinchas y resulta, que ante tanta malaria, ese esfuerzo de unos locos que salen a poner unos mangos más (en las tribunas y dentro del club) ven coronar eso de que una noche de invierno puede ser una de primavera saliendo de copas. Y lo bien que le vino al invierno, que la temporada de los matadores pueda ser moviendo las cabezas.

Esa agua que pasó bajo su puente, ya sin Rebottaro, pensando que Arzubialde puede ser lo más apropiado para ensamblar el timonel de barrio Jardín, encontró anoche un mar sin tempestades pero con momentos de bravura, picadito.

Este club quebrado que no tiene fisuras en la feligresía de su pueblo, al menos se subió a su mástil para gritar hacia el horizonte que esta copa puede ser el comienzo de la que al final pague la vuelta. Claro, la vuelta que hace emborrachar a todos, la vuelta tan soñada, tan necesitada, tan injustamente lejana por este momento. Y con tantas caras nuevas, con jugadores desconocidos como Ruiz, Pieters o el arquero Crivelli. Con un Gianunzio que se pasa betún por la cara para declarar la guerra en el medio campo, con las dudas igual en su defensa, pero con el desparpajo de Martinelli y la calidad del mismo Pieters, encuentra esta nueva etapa con las necesidades rompiendo el hielo del invierno.

Sacripanti y Aranda también subidos al barco, un chiquito de apellido Francés que más que eso parece un criollito hirviendo, de esos enanos que corren y que molestan, construyen entre todos el sueño de los héroes postergados, pernoctando en un baúl lleno de tierra.

Anoche, contra todos sus fantasmas, contra los miedos y las necesidades, Talleres se embarcó en la primera proeza de su pretemporada. Se alzó otro trofeito (como la copa Desafío que le ganó a Instituto la semana pasada) pensando en el trofeazo. Quizás el tremendo gol del tímido Ricardo Marín hizo pensar que detrás de esa sonrisa de negro chocolatero hay un nuevo Talleres por descubrir. Ganarle a un equipo como Racing, éste aguerrido Racing de Marcelo Bonetto, fue una medida mucho más que superadora para imaginar que el futuro puede ser en serio, con fiesta al rolete, con flores y no con brotes; con calor y no con frío; con esperanzas y no con frustraciones. El sueño trajo consigo en una noche de invierno, eso que los hinchas sienten de una buena vez. Cómo es que se puede contagiar, cómo es que se puede copar en serio, pensando que la vida puede ser alguna vez, mucho más que una copa al paso. Porqué no una borrachera.