Racing y Talleres empataron 1-1 en un clásico que cumplió todos los requisitos.

El clásico Racing-Talleres de ayer en el Estadio Córdoba cumplió con los requisitos que rodean a los viejos enfrentamientos del fútbol entre equipos que se conocen desde tiempos lejanos. Pulsaciones al tope, pasión, rivalidad, emoción, calenturas, desahogos y la sensación de que se juega por algo más que por los puntos fueron hechos, circunstancias y sensaciones que se distribuyeron en la cancha y la tribuna a lo largo de 90 minutos.

Y como para acallar a los que auguraban un partido devaluado por una escenografía de tribunas semidesiertas, los hinchas albiazules y académicos marcharon religiosamente desde sus barrios al estadio, desafiando el horario tempranero del domingo y que el almanaque marcara 30 de agosto, una altura del mes que produce vértigo en los bolsillos en tiempos de crisis.

Por supuesto que también fueron los hinchas quienes no se desmotivan mirando hacia atrás y comparando pasados recientes de glorias deportivas con una realidad cruda de estar militando en la tercera categoría del fútbol argentino, una circunstancia que genera algunos baldíos en las geografías tribuneras de ambos clubes. Lo cierto es que fueron tan concretas esas movilizaciones voluntarias al Chateau, que sus tribunas lucieron en algunos sectores con la contundencia de los grandes partidos, en especial en las cabeceras, y con la descarga de energía y color que se espera en estas ocasiones, con despliegue de banderas gigantes incluido.

Las apelaciones del público albiazul a su convocatoria, en detrimento de lo que consideraban una modesta contribución de espectadores de su rival al espectáculo, que en rigor de verdad eran bastante menos, quedó relativizada con lo que ocurrió en el partido, donde la balanza del juego se inclinó para Racing, que logró un empate sobre la hora con sabor a triunfo. Quienes critican festejar empates, seguro aceptarán que igualar un clásico sobre la hora tiene un valor agregado que hace imposible no gritarlo. Es demasiado lo que está ganando el rival, y birlárselo en los segundos finales es un bocado exquisito, que no muchos pueden paladear.

Por eso el festejo, en muchos casos desaforado, de los hinchas académicos, por eso el abrazo del equipo en el medio de la cancha y por eso la ofrenda del equipo a la popular con lanzamiento de camisetas incluido. Si Talleres no hubiera sido el rival, cualquier otro empate 1-1 sobre la hora y de local de Racing habría provocado en el mejor de los casos el alivio de sus hinchas. Pero éste era un clásico, y en estos casos hasta los empates de local se miran desde otra perspectiva. Se abarcan desde otra dimensión. Por eso también la desazón de los jugadores y de los hinchas de Talleres, que se retiraron masticando bronca después de fantasear con ganar el partido hasta el límite del tiempo, sin que importara si su arquero terminaba con los guantes gastados de tanto atajar pelotas.

Es que lo que está en juego en estos partidos "premium" lleva a dejar de lado ciertas cuestiones que tienen que ver con el paladar, que pasan directo al sector asignado a las frivolidades futboleras. De acuerdo a la forma de disputa del Argentino A, el de ayer fue el primero de una serie de cuatro enfrentamientos que deberán protagonizar Talleres y Racing a lo largo del campeonato. Por todo lo que se vio ayer, por todo lo que entregó esta primera edición, el panorama para lo que se viene es auspicioso.

22 mil. Fue la cantidad aproximada de espectadores que presenció ayer el clásico en el Estadio Córdoba, con una superioridad marcada de hinchas de Talleres.