El ADN se respetó poco: primó cierto individualismo y hasta se cambió el ejecutor del penal. El rival lo aprovechó.

Talleres perdió las formas. Casi todas. El 0-1 que sufrió a manos de Estudiantes de La Plata fue la consecuencia y una nueva e increíble lección que debe aprender de una vez por todas. Para no terminar abrazado al lamento de caer ante una mínima expresión que es capaz de ofrecerle la pelota durante casi todo el juego y de defenderse sin ningún tipo de pudor, esperando que el nervio del propio Talleres le ofrezca la posibilidad de ganar el juego. Como ayer.

Estudiantes le pateó tres tiros, dos fueron al arco y uno fue gol. Es una crónica parecida a la de la derrota con Rosario Central y los empates con Vélez, Belgrano y Racing de Avellaneda. Son demasiados juegos y puntos si es que quiere ser candidato a algo.

Sin embargo, el problema no es el rival que descarta el ida y vuelta que le propusieron otros equipos como Lanús (obligado porque tampoco tiene plan B) o River (por su historia) o Chacarita (por necesidad) para proponerle el desafío de tener que fabricar los espacios para desequilibrar. Los dramas son los del propio Talleres. Sobre todo en el acto ofensivo.

La situación es conocida y pasó de un torneo a otro. No tiene un especialista –ayer era necesaria una referencia de área– que defina lo que genere (sea mucho, lo necesario o poco, como con “el Pincha”), tampoco aprovecha las pelotas detenidas y le pegan poco al arco. Por eso tener la pelota un 75%, contar con 11 córners contra ninguno del rival y dar 372 pases correctos no servirá para nada si no llega a la sociedad del asistidor con el que hará el pase a la red.

Sin embargo, este partido fue distinto a otros y parecido a aquel 1-2 con Godoy Cruz. No fue un partido del Talleres de Kudelka. Y no porque la pelota dio en el palo y salió en el cabezazo de Marcelo Torres, ni por el penal (no fue falta) que le atajaron a Arias, sino porque el plan se respetó poco.

Talleres tuvo partidos complicados, pero los encaminó con orden y paciencia para volver a ser un equipo de ataque. En el juego de ayer, el equipo no los tuvo. Y cuando eso pasa, aparece la confusión y la duda. El primero hace creer al jugador que pueden ganar el partido cuando quiera o hasta pensar en cambiar el ejecutor de un penal. Como ayer.

Pero si había una decisión que tomar era la del pegarle al arco contra un Andújar muy inseguro. Nicolás Giménez, con dos remates, hizo más que “Bebelo” Reynoso. No hubo orden, precisión, gol ni disciplina. Ayer, Talleres cayó, de todas las formas.