¿A quién no le gusta jugar contra River Plate, y sentirse nuevamente de Primera, codearse con los grandes, como otrora? Esa sensación cautivó al hincha de Talleres, que envalentonado con haber repletado el Mario Kempes con 60 mil personas frente a Unión Aconquija, y de lograr el ascenso en Formosa, con cinco mil fanáticos viajeros, apunta por más. Porque la pasión se expresa de esa manera. El hecho de enfrentar al reciente campeón de América, y que podrá definir el mundial de Clubes frente a Barcelona, genera un atractivo sin límites. Y de yapa, acompañar al equipo que lo sacó del Federal A. Como completar la vuelta olímpica que no se pudo dar en casa.

Pero ya con el precio de las entradas, la fiesta se empezó a desvirtuar. Porque era onerosa en costos tanto como para aquel que no era socio, como para quienes pagaron y acompañaron al club toda la campaña, debiera merecer otra atención. La celebración parecía tener un tinte recaudatorio. Y como la demanda no acompañaba a las expectativas, la dirigencia cambió las pretensiones y bajó los precios, de manera inteligente. Pero no para premiar al hincha fiel, sino para que las tribunas no figuren vacías en la gran fiesta. Para colmo, el “Millonario” no vendrá con sus figuras, lo que atenta más contra la convocatoria, ni es acorde a los precios. El máximo aliado estratégico que tiene Talleres es su gente. Por más que suene demagógico, es la realidad. Este grupo de futbolistas y el cuerpo técnico que perdieron apenas un partido en la temporada y salieron campeones de punta a punta merecen un reconocimiento. Pero sería interesante que alguna vez las dirigencias se ocupen de su materia prima, de ese capital que lo hizo gigante. Un reconocimiento simbólico, como una vuelta olímpica. Todos. Y el que termina la ronda, sube las tribuna a aplaudir el resto que va ingresando. Pero con precios astronómicos para un partido que River vendrá ni con la Reserva, al final, está más cerca de lo descortés que otra cosa.