Insólito pareció. El juez asistente anunciaba el cambio en medio de toda la presión que bajaba desde las tribunas, porque Talleres no podía vulnerar a Mitre y entonces, cada segundo del reloj pesaba toneladas. Se convertía de a poco en el peor enemigo. Pero lo más injusto ocurrió cuando en la paleta de las numeraciones aparecía el número 7. Ezequiel Barrionuevo se iba reemplazado y entonces, aparecieron algunos silbidos. Reprobaciones que uno pretende imaginar son producto de un análisis en caliente, desbordado por los nervios y la ansiedad. ¿En serio van a silbar al “Indio”?

A Barrionuevo, que vino de la minúscula localidad de El Brete, al lado de Cruz del Eje, para instalarse en la pensión de Talleres. Que no tenía las comodidades suficientes, pero el sueño de ser futbolista en el club de siempre lo empujaba sin razón. Club que después quebró y su estado quedó al borde del abandono.

Y que quedó en libertad de acción. Y que cuando le hizo un gol al albiazul con la camiseta de Villa Mitre se lo atragantó para no traicionarse. Y que lo enfrentó con Sportivo Belgrano siempre reconociendo su sentido de pertenencia a barrio Jardín.

Casi 10 años después de su partida, regresó a su casa en la B Nacional. Descendió a pesar de no tener muchos minutos en juego. Y aceptó el desafío de poder volver a ascender en ese torneo relámpago que terminó en pesadillo. Sí, dio la cara, fue líder futbolístico pero una lesión no le permitió estar en los partidos claves.

Entonces decidió volver a aceptar el reto de nuevo, de intentarlo a pesar de cargar esa mochila de frustraciones. Fue el jugador más regular en la primera fase, también se consagró en algunos partidos del Tetradecagonal, pero parece que la memoria es frágil a corto plazo en la tribuna. No tuvo su mejor rendimiento los últimos juegos, no obstante, criticar al “indio” que le puso el pecho a las flechas en uno de los peores momentos deportivos de la historia albiazul suena injusto.