De la ansiedad al desahogo. Las sensaciones fueron las mismas dentro y fuera del campo.

Ansiedad, zozobra, alegría, desahogo. Del cemento al césped, y viceversa, los vaivenes de una noche inolvidable se fundieron para hacer de hinchas y jugadores un único Talleres ayer en el Kempes.

Las sensaciones fueron las mismas, dentro y fuera de la cancha, y la verdad es que cuesta discernir cuáles fueron el punto de partida y el recorrido de cada una de ellas.

El conjunto de Arnaldo Sialle fue un manojo de nervios, de principio a fin. Tuvo el mérito de buscar su objetivo desde el minuto inicial, aunque con más empuje que inteligencia, y en un partido de dientes apretados, paradójicamente, terminó doblegando con una acción lujosa a San Jorge, un esforzado y digno rival.

El gol de taco de Maximiliano Velasco, luego del desborde y la posterior asistencia de Gastón Bottino, su jugador más destacado, debió haber marcado un antes y un después en el trámite del juego. Pero, lejos de serenar a Talleres, el 1­0 le sumó más cosquillas a la panza y, ante la falta de otro acierto tranquilizador en el arco contrario, debió contener el festejo hasta último momento, defendiendo la diferencia a partir de la solvencia de su arquero.

El local resignó el dominio de la pelota, quizá especulando con la chance de un contragolpe letal, pero le regaló demasiado campo a los tucumanos, que incentivados por la chance de saltar una fase en el camino hacia el segundo ascenso, empezaron a obligar una y otra vez a Diego Aguiar. Más que todo fueron centros los que merodearon por los dominios del cuidapalos sanjuanino, en el postrer intento de San Jorge de aguarle el festejo a la “T”.

Gabriel Carabajal tuvo la situación más clara para liquidar el pleito y terminar con el sufrimiento antes del pitazo final. Velasco lo habilitó en una réplica y el “10” quedó solo ante José Fernández, pero su remate salió por arriba del travesaño. Se jugaban 37 minutos del segundo tiempo y todos, jugadores y simpatizantes, empezaban a resignarse a aquel designio tanguero de que “primero hay que saber sufrir”.

Cumplió con el objetivo
San Jorge no fue, en absoluto, el tímido partenaire que muchos imaginaban. Tratando de jugar a ras del piso, presionando y aceptando el “palo a palo”, complicó a Talleres. El Albiazul le dio rapidez a su juego pero no certezas. Empujó al ritmo de su gente, y en menos de ocho minutos casi desata el festejo en tres ocasiones. Velasco, Bottino y Olego, en ese orden, estuvieron a punto de quebrar la paridad.

No se quedó atrás el elenco visitante, aprovechando las dudas defensivas que caracterizan a su anfitrión (¡clarísimo penal de Nievas a Toledo!). No tuvo demasiado juego en Agustín Díaz, quien no encontró su lugar en la cancha, y tampoco en Carabajal, cuya habilidad no fue productiva para el conjunto. Bottino y Benítez se animaron por los costados e hicieron diferencia, y Velasco peleó casi en soledad con la última línea adversaria, inquietando siempre a pura potencia y vulnerándola, finalmente, con una exquisitez.

Talleres cumplió con el objetivo de ganar y tuvo la ayuda que precisaba para ascender. Jugó al ritmo de su gente, a pura ansia y corazón, y le terminó dando una gran alegría. Unos y otros. Ansiedad, zozobra, alegría, desahogo. Adentro y afuera de la cancha: un único Talleres.

Un lujo definió un partido de dientes apretados


Más garra que juego mostró Talleres anoche en el Kempes. San Jorge lo complicó poniéndole la pelota en el suelo, esperándolo más adelante que cualquier otro rival y presionándolo en el medio. Agustín Díaz y Gabriel Carabajal no generaron todo el juego que el equipo necesitaba, y Olego tampoco pudo hacer demasiado en la creación a pesar de retrasarse unos metros para unirse a los habilidosos.

Gastón Bottino marcó el camino con sus desbordes, y Benítez lo emuló un par de veces. Villarreal, bien parado, trató de darle serenidad a sus compañeros. Maximiliano Velasco resultó el héroe de la noche, conectando de taquito un centro desde la derecha y marcando el gol del título.