Canta la T. El 10 albiazul, Gabriel Carabajal, fue clave en el triunfo y la gente se lo reconoció.

El hombre nace y muere a veces sin vivir. Camina desde el niño al viejo sin gozar, eso que el mismo le llama felicidad...

Carabajal entona. Canta. Hace bailar. Zapatear. Y vuelve a entrar. Y gira y hace repiquetear los dedos. El folclore de Talleres es eso: Gabriel Carabajal. Porque es un contrato en blanco, eterno, interminable. Es el que tiene el hincha albiazul con el fútbol. Con sus deseos. Con sus sueños. Y Carabajal pone la música a ese sentimiento tan expresivo del hincha.

Tanto aquel que probó los mejores cortes de la historia, como estos “faldeados” en el Argentino A.

Pero la esencia no cambia. Nada cambia, a pesar de la malaria. Como en las peñas que vale todo. Ahí donde te podés levantar una mina con una empanada chorreando por la mano. Y cuando aparecen estos, los carabajales, los que les gustan tanto a los hinchas, la cosa se pone buena en serio. Es el juego del pibe, el que todos anhelan ver siempre.

Porque fue el que marcó el compás y el que supo definirlo. Es decir, después de su aparición en la escena ayer tuvo otro domingo consagratorio. De esos días que te hacen pensar que en los próximos festivales puede ser, de una vez por todas, el número central.

Carabajal juega y hace jugar. Y, cuando lo hace, condensa los mejores sabores, como en la segunda mitad del primer tiempo. Como en varios pasajes del complemento. Tocando, mostrándose, haciendo jugar a sus compañeros, y contagiando. Como el locro sabroso, pulsudo, que husmea y tienta. El que hace meter cucharas en la olla a todos: –Ta que pela, ta bueno...

“La verdad que estoy muy contento por el gol. Siempre soñé con jugar en Talleres. Después ser titular y claro, hacer un gol. Y ya lo he cumplido. Pero quiero más”, dice el 10 de la T que sabe llevar ese número pesado en la espalda: El de los Valencias, el de los Garay.

Carabajal juega. Hace jugar. Carabajal canta, hace bailar. Y ellos salen bamboleando en el barro de este torneo. Donde una peña de mala muerte puede ser una fiesta interminable. Como ese entretiempo lluvioso en la que el folclore no se apagó nunca. Porque la música estaba presente aún, la de las gargantas, que esperaban las próximas actuaciones.

Cante Talleres, viva, goce y sufra. Para eso está en este menester. “Cuando juegue más partidos, cuando los cierre mejor y cuando se curta más su juego ahí tendremos otro jugador”, vaticina el DT Arnaldo Sialle. “Hay que hablarlo más, saberlo llevar. Tiene mucho para dar, pero tiene que ser más simple”, dice del pibe el técnico.

Porque Gabriel por ahí se cuelga con la guitarra y puntea y da vueltas y la canción se alarga. A veces, hay canciones que necesitan un final ajustado. Para pasar a la otra. No tanta prolongaciones.

Pero con esa música, hay tiempos aún para canje de alpargatas. Para pelar el pañuelo. Para tararear diciendo: cante Carabajal, baile Talleres.

...pero mientras el hombre se asombre llore y ría, será la fantasía que Dios creó...