0-0 ante Unión en Mar del Plata. Con el empate, la "T" quedó en el cuarto puesto del Undecagonal. Perdió el ascenso directo y el 26 arranca la ilusión de llegar a la promoción.

El penal que Aldo Suárez, el buen arquero de Unión, le atajó ayer a Sebastián Sáez a los 3 minutos del complemento y que pudo haber plasmado el triunfo de Talleres en el Estadio Minella de Mar del Plata, bien puede servir como un simbolismo para el equipo de Arnaldo Sialle, que en menos de una semana vio cómo dos de sus objetivos se le esfumaron.

Primero, frente a Racing (O), porque la goleada no le alcanzó para alentar un chance de ascenso directo. Y porque ese penal, mal pateado por el golea­dor santiagueño, le impidió a la “T” quedar tercero en el undecagonal, lo que le hubiera permitido tener ventaja deportiva en todos los cruces de su carrera por llegar a la promoción, a excepción del que pudiera tocarle con Dou­glas Haig o Crucero. “La verdad es que me dejé caer cuando me tocó el pie”, contó “el 9”.

Pero no se trata de caerle al “Sacha” con los tapones de punta, si no que ese episodio puede compararse con otros en los que Talleres falló cuando tenía que sacar pecho, hacer honor a su historia de “grande” y no defeccionar en instancias definitorias. Cuando logra jugar bien dos partidos seguidos en defensa y mantener el arco en cero, le suceden cuestiones inesperadas arriba. Como que su goleador, que buscó convertir hasta quedar exhausto, se equivocara en el único momento en el que no debía hacerlo. Después tuvo tres situaciones más, pero esa fue la que lo llevó a decir, al término del partido, que se sentía “responsable” por un empate que para el equipo tuvo un sabor insípido, porque jugó mejor que su rival, generó más y mereció quedarse con el triunfo.

Ayer, Talleres se quedó sin nafta en el área rival, ese sector en el que la dupla más goleadora del fútbol argentino que componen Sáez y Riaño, son casi infalibles. Es decir, palabras más o menos, que siempre le faltan 50 centavos para el peso. Conseguir el equilibrio, el tesoro más preciado para cualquier técnico, se le sigue asemejando a una quimera. Los hinchas pueden quedar al borde del colapso de sólo pensar que la historia puede volver a repetirse en la Cuarta Fase. No ganan para sustos y están hartos de “sorpresas”.

El único atenuante que puede esgrimir es que ayer fue pésimo el estado del campo de juego del Minella, un lodazal en el que los huecos se disimulaban con a­rena sacada de alguna playa cercana. No puede argumentar cuestiones extrafutbolísticas, como los trapos de “La Fiel” en la Boutique, o la irrupción de alguna disputa política interna que afectara a los jugadores o al equipo en su conjunto. Ni siquiera el frío que congelaba los pies. Ayer, todo, lo bueno y lo malo, lo hizo Talleres en la cancha. Es ahí donde sus miserias, aún las más inesperadas, terminan ganándole por goleada a sus virtudes que desaparecen cuando nadie lo espera.