La leyenda comenzó a escribirse en 1993, cuando el juez Carlos Tale recibió el concurso preventivo de Talleres. Pasaron 16 años de esa relación jurídica, y poco parece haber cambiado el rumbo, que hoy inexorablemente lo tiene al club de barrio Jardín más cerca de la liquidación que de volver a ser una entidad civil societaria.

Por ser el hombre más soberano en la causa, Tale es sin duda el máximo responsable de este presente de Talleres, pero no el único culpable. La deuda se acrecentó considerablemente, solo se abonaron 4 millones de pesos y no hay recursos a mano para evitar que en 2014 se proceda con los remates del activo. Después del 2004, cuando la quiebra fue decretada, hubo un sinnúmero de episodios que no hicieron más que contaminar el proceso: un manejo de ex directivos (los Notables), una concesión provisoria, dos gerenciadores (Carlos Granero y Carlos Ahumada) que poco aportaron para bajar el pasivo, ni pensaron en los acreedores, más ciertas acciones que perjudicaron la imagen del magistrado, como su frustrado intento de rematar el predio, cuya sentencia fue dada de baja, pero la martillera cobrará igual 120 mil pesos de la quiebra. Un despropósito. Pero su viaje a México denotó una subjetividad que lo desestabilizó, tomó la causa como algo personal, a veces con ensañamiento, y todo eso desembocó en su recusación. No lo amedrentaron las denuncias y los Jury que siguen pendientes (incluso de varios personajes que hoy están en su trinchera), pero sin duda, en estos 16 años de proceso, en algo debe haber fallado Tale para que su historia tenga el desenlace menos esperado y menos deseado. Es el responsable, pero no el único culpable. Muchos dicen que Tale, siguiendo los caminos de la ley, debería haber liquidado al club hace tiempo. Pero sus actuaciones sólo aportaron suspenso a un Talleres que sigue siendo rehén de caprichos personales de jueces, gerenciadores, socios y ex dirigentes, mientras la espada de Damocles cada vez está más cerca de caer.