El juvenil Sebastián Navarro es uno de los tantos que se consideró libre de Talleres con el descenso al Argentino “A”. Vivió penurias durante 7 años y a pesar de que quería quedarse, se marcha a San Juan.

Siete años en la vida es mucho. Muchísimo más lo son viviendo en Talleres. Carlos Dossetti, los “Notables”, Carlos Granero y Carlos Ahumada manejaron el club en ese largo lapso de tiempo. La “T” estuvo en Primera, en la B Nacional y ahora cayó al Argentino A. Muchas cosas, mucho tiempo. A todo eso, “sobrevivió” Sebastián Navarro en las divisiones formativas albiazules, claro hasta que el agua llegó al río.

Barrio Jardín fue su casa desde los 14 años llegando desde El Bolsón, Río Negro. Con una valija llena de ilusión, sueños y grandes expectativas. El juvenil volante central superó la prueba, fue fichado y lo mandaron a vivir a la Boutique. La alegría y la expectación se acrecentaban, hasta que se dio con la dura realidad albiazul. En la pensión no había luz. Pero ése sólo fue el comienzo de siete años de vida donde mezcló la esperanza y los sueños de futbolista con las odiseas de sortear al “mundo Talleres”.

Navarro jugó hasta el mes pasado en el “Tallerito”, y contó entre risas que “pasó mucha gente, dirigentes, coordinadores y anduve por una gran cantidad de pensiones”. En diálogo con LA MAÑANA, el volante de 21 años narró: “Primero estuve en la pensión de la Boutique, sin luz, sin gas, sin agua... siete meses así. El primer día cuando llegué, quería escuchar música y cuando voy a enchufar el equipo, me dice un chico que no se podía porque no había luz. En las noches dormíamos bajo la tribunas por el calor, no podíamos poner el ventilador. Lo juro, dormíamos con el colchón en la platea”.

-¿Tus padres sabían?
-Me llamaban mis viejos y yo les decía que estaba bien. Les tuve que mentir. En esa época estaba de coordinador José Reinaldi y el presidente era Dossetti.

Al tiempo de estar en Córdoba, un representante o “un chanta”, como él lo calificó, lo llevó a vivir a un departamento, pero al mes desapareció. “No teníamos para comer. Nos la rebuscamos como podíamos, amigos del club nos llevaban comida, es largo de contar...”, recuerda. Luego comenzó un extenso recorrido: volvió a la Boutique, llegó el gerenciamiento de Granero y se fue a la pensión de Atalaya, vivió unos meses junto a Matías Quiroga en una habitación que le prestó Edmundo Parisi, tras ello residió en el Estadio Córdoba, luego pasó dos años recorriendo pabellones del cuartel ubicado en el camino a La Calera, un año en el gimnasio Quality, otro tiempo en la Boutique y, hasta ayer por lo menos, vivía con su hermana en un departamento. “Siempre con complicaciones”, remarcó. Aunque aclaró que “fueron muy importantes los compañeros de las pensiones. Pero, de donde saqué más fuerzas para seguir es en mi sueño de jugar. Dejé mi familia, mi pueblo y algo muy importante como el estudio. No es excusa, pero sin luz no podía estudiar. Me la jugué porque es lo que más quiero”.